Uno de los beneficios de trabajar para los dos periódicos de la diócesis —Nuestra Voz y The Tablet— es que uno se ve “obligado” a conocer las muchas comunidades de Brooklyn y Queens que forman parte de la bien llamada Diócesis de los Inmigrantes. Durante la Semana Santa, las celebraciones de las diferentes parroquias ponen ante nuestra vista una variopinta paleta de culturas, tradiciones y devociones. Como siempre digo a las personas de otros lugares, esta es realmente una diócesis católica en el sentido original de esa palabra: “universal”.
El Jueves Santo participé en la Misa de la Cena del Señor en la parroquia del Santo Niño Jesús en Richmond Hill. Fue una misa bilingüe celebrada por Mons. Octavio Cisneros, obispo auxiliar de Brooklyn y director de la pastoral hispana de la diócesis. Mons. Cisneros es inmigrante: nació en Cuba y vino a Estados Unidos siendo adolescente. Celebró la misa en inglés y en español, pasando de un idioma al otro como quien va de una habitación a otra de su casa. El padre Christopher Heanue, el administrador parroquial, predicó la homilía en inglés y terminó con un breve resumen en español. Es hijo de inmigrantes irlandeses llegados a Queens en los años sesenta.
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Richmond Hill tiene una creciente población hispana. Los miembros de larga presencia en este país y sus hijos van en aumento. En la misa, como pasa cada vez más en las liturgias bilingües de nuestra diócesis, los fieles parecían participar en la misa con la misma naturalidad en ambos idiomas. Me pareció otra muestra de lo que noto cada vez más: la Iglesia que peregrina en Estados Unidos tendrá un fuerte sabor hispano en el futuro, pero será una iglesia que habla en inglés. El proceso se ha repetido muchas veces en la historia de nuestra diócesis con las diferentes oleadas de inmigrantes católicos que han llenado los bancos de nuestras iglesias durante dos siglos.
El Viernes Santo fui a la parroquia de St. Mel, en Flushing para la procesión del Santo Entierro. Fue un día con sabor siciliano. La procesión fue organizada por la Asociación Cultural de Borgetto, que ese día recibía a sus nuevos miembros.
El servicio comenzó con el rezo de los Misterios Dolorosos del rosario en italiano, dirigido por el padre Italo Barozzi. A continuación, Gino Romano, presidente de la Sociedad Cultural, entregó a los nuevos miembros el broche oficial de la asociación. La procesión partió entonces por las calles de Flushing y Whitestone hasta la parroquia de St. Luke.
Muchos de los feligreses de St. Mel provienen de Borgetto, un pueblo de Sicilia cercano a Palermo. La procesión, oficialmente llamada Processione del Cristo Morto e dell’Addolorata, es casi una réplica de la que se celebra en el pueblo de sus ancestros.
Para la Vigilia Pascual fui a la parroquia de Santa Clara, en Rosedale. El bello templo de Santa Clara se llenó para celebrar la Vigilia. La mayoría de los fieles en las bancas de la iglesia eran afroamericanos, pero eso no quiere decir que comunidad parroquial sea homogénea. Por el contrario, hay allí una rica mezcla de culturas, pues la comunidad está formada por inmigrantes —o hijos de inmigrantes— de Haití, las Antillas Menores, Nigeria y, en menor medida, otras naciones africanas.
La vigilia, de cuatro horas de duración, fue muy solemne al inicio y durante la larga liturgia de la palabra, pero al llegar el momento de cantar el Aleluya Pascual se convirtió en una celebración en la que se combinaban el canto, el baile y los aplausos de toda la comunidad, como si de pronto todas las tradiciones litúrgicas y devocionales se fundieran en un canto de alegría por la Resurrección.
Fue una maravillosa navegar tantas culturas y tradiciones en los tres días del Triduo Pascual y sentirme como en casa en cada una de esas comunidades. Esa riqueza que exhibe nuestra diócesis es el resultado de la presencia de tantos inmigrantes de tantos rincones del mundo. Esa riqueza hace también que esta diócesis sea como una caja de resonancia del mundo entero. Cada noticia resuena en Brooklyn y Queens, no importa de dónde venga, como si hubiese ocurrido en la esquina. Y este Domingo de Pascua amanecimos con la terrible nueva de que casi 300 de nuestros hermanos habían sido masacrados en una serie ataques terroristas contra iglesias católicas y hoteles en Sri Lanka.
También esa noticia resuena en nuestra diócesis, pues aquí vive un buen número de católicos provenientes de Sri Lanka. Las bombas que mataron e hirieron a tantas personas en las ciudades de Colombo, Negombo y Batticaloa, también detonaron en los hogares y los corazones de muchas familias de Brooklyn y Queens.
Los mismos lazos familiares, culturales y étnicos que enriquecen a nuestra diócesis nos hacen sufrir cada tragedia como si fuera nuestra… porque en realidad lo es. Al mismo tiempo, la fe que compartimos es lo que nos une y nos hace fuertes. Y en momentos de grandes tragedias o de desesperanza, nuestra fe es la esencia de nuestra capacidad de resistencia y nuestra esperanza.
El mensaje del Domingo de Pascua es que la muerte ha quedado definitivamente derrotada por la Resurrección de Jesucristo. Esa es, en una frase, la esencia de nuestra fe. La Iglesia dedica cincuenta días celebrar esta fiesta: desde la Vigilia Pascual hasta el Domingo de Pentecostés. Es la fiesta mayor del calendario litúrgico, y así debemos celebrarla.
Pero en esta temporada no podemos olvidar a quienes murieron o fueron heridos por el simple hecho de ser católicos que quería celebrar en misa la Resurrección. Y no podemos olvidar que en muchas partes del mundo ahora mismo se desata una guerra contra los cristianos. Desde Nigeria y Siria hasta Irak, Paquistán y Sri Lanka, una guerra de ‘limpieza religiosa’ contra los cristianos cobra nuevas víctimas cada día. Y los bestiales ataques del Domingo de Pascua en Sri Lanka no son más que un nuevo episodio de esta guerra.
La oración es la primera respuesta del cristiano ante la tragedia o la dificultad, pero hay mucho más que hacer. Debemos informarnos de lo que pasa, buscar organizaciones que ayuden a los cristianos perseguidos, como los Caballeros de Colón, y enviar ayuda material. Y tenemos que llamar a nuestros Representantes en el Congreso de Estados Unidos y preguntarles que están haciendo para detener el genocidio que se lleva hoy a cabo en tantas partes del mundo contra los cristianos.