Análisis

Contra el culto a la deshumanización

El genio griego de Aristóteles en el primer y séptimo libro de su “Política”, había llegado a dos contundentes conclusiones que conquistaron la Roma imperial, forjando así por siglos, el edificio de nuestra sociedad occidental.

Sin sombra de duda, el Filósofo atribuye a los hombres dos características que lo diferencian por entero del resto de los animales: la razón y la política o sociabilidad.

De esta forma el Estagirita definía los fundamentos del orden social occidental que siglos después alcanzaría su plenitud con el bautismo cristiano, dando origen a la gloriosa civilización romana-cristiana.

Esta concepción del hombre como animal racional y político cimentaría las murallas que separan y protegen la civilización humana del salvajismo o la barbarie animal.

Sin embargo, la actual crisis mundial, no ha hecho sino asestar los últimos golpes a la ya delgada y desgastada muralla que por siglos separó y puso a raya la barbarie invasora.

Y es que las distintas medidas implementadas por los Estados, a una sorprendente escala mundial, han creado una bola de nieve deshumanizadora y bárbara que se agiganta con el pasar de los meses.

El espectáculo al que hemos asistido durante las últimas cuarentenas forzadas nos ha a puesto de cara a una verdad: la civilización occidental romano-cristiana ha entrado en agonía, y el hombre, en el sentido aristotélico del término, se vuelve cada vez menos hombre.

La creciente deshumanización global impuesta en nombre de una supuesta “conciencia cívica para el cuidado del otro”, esta operando el despojo de los últimos vestigios de racionalidad y sociabilidad que quedaban en la civilización moderna, barriendo con los valores cristianos que la edificaron.

El hombre de la pandemia ha permitido que, con un solo y certero golpe de pluma de los magistrados, y sin derecho a replica, se le prive de su sociabilidad, de sus legitimas libertades, de su vida familiar, y del verdadero amor al prójimo.

La deshumanización del COVID-19 se ve reflejada en la aparición relámpago de un superestado policial, que extiende su control del ámbito público al privado, con poderes para decidir sobre la vida y la muerte, y al que en breve, veremos extender sus tentáculos amenazando la propiedad privada.

Los despojos de la gloriosa civilización occidental construida sobre los valores de la civilización romana y cristiana, están terminando de ceder a la barbarie que desde hace siete siglos intenta penetrarla y derrumbarla.

La influencia de los bárbaros modernos, constituidos hoy en campeones de la filantropía más deshumanizadora, ha provocado la permisión y aún el aplauso para con acciones infrahumanas, bárbaras y salvajes de las que todos hemos sido testigos.

¿Quién podría negar que es más propio de bárbaros que de gente civilizada abandonar, como se han abandonado, a cientos de nuestros abuelos y padres ancianos, condenándoles a morir en la más triste y absurda soledad; privándolos del consuelo divino de los sacramentos de la Iglesia y de la compañía de sus familiares?

¿Y qué decir del remate final de este salvajismo “filantrópico”, que no ha dudado en echar sus cuerpos a la hoguera, como si no fueran cuerpos de hombres, creados a imagen y semejanza de Dios, sino de bestias, negándoles la posibilidad de un último adiós?

Esta barbarie y deshumanización, al tiempo que permite tales atropellos, ha dado a luz un verdadero monstruo, aquel Leviatán hobbesiano, que hoy no solo devora los derechos y libertades individuales de los hombres, sino que sintiéndose fuerte planta insolentemente cara a Dios y decreta, como se decretan las cosas más banales, que el culto divino ya no es esencial a la sociedad y al hombre, que la Iglesia de Dios está de más en la sociedad, y que por tanto puede y debe ser limitada e incluso prohibida.

Hemos visto a este Leviatán, insatisfecho con pisotear los derechos divinos, volverse con voracidad contra la razón del “hombre COVID”, que ya no razona… no piensa… no distingue, no ve que le han pasado por vida y la salud muerte y veneno, especialmente a los más vulnerables: los ancianos y los niños, aprobando leyes de aborto y eutanasia.

¿Qué es sino la más irracional y salvaje de todas las barbaries defender y preferir la vida de un árbol, de una ballena o una res, por sobre la de los niños y ancianos como vemos hoy?

Frente a esta barbarie, el cristiano está llamado a humanizar y divinizar su vida; humanizarla reforzando y defendiendo los lazos humanos, familiares y sociales; divinizarla con la oración perpetua y el reclamo constante de los sacramentos de la Iglesia, aferrándose “inconmoviblemente” a la Esperanza en Aquel que es el Alfa y la Omega, principio y fin de la historia.

Solo así salvaremos, sino a nuestra civilización, al menos a los nuestros, del terrible colapso bárbaro que se avecina sobre este mundo.

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