Uno de los comentarios “modernos” más comunes entre católicos es afirmar que no bautizarán a sus hijos, sino que esperarán a que el niño crezca y decida por sí mismo.
Generalmente este tipo de comentarios tiene que ver con la falsa idea de que actuar así es tener abertura de mente.
Muchas veces también los protestantes critican a las familias católicas que bautizan a sus niños pequeños diciendo que la Biblia no dice nada sobre bautizarlos.
¿Por qué entonces los católicos podemos y debemos bautizarlos a los niños? En primer lugar, debemos dejar claro que la Iglesia sostiene que el bautismo de los niños es valido y licito.
Así lo afirmo en el concilio de Trento en el siglo XVI contra los anabaptistas, o rebautizantes, una secta que negaba la eficacia del bautismo en los niños.
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1250) recuerda la necesidad del bautismo de los niños para su salvación, puesto que nacen con el pecado original, una mancha que se recibe por causa del pecado de Adán y Eva y que todos los hombres (con excepción de María santísima y su hijo Jesucristo) tienen en el alma y que es necesario limpiar para librar a los más pequeños del poder del Demonio y abrirles las puertas del cielo.
Dice el Catecismo: “Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios, a la que todos los hombres están llamados”.
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El catecismo, refutando la opinión de dejar el bautismo para después, recuerda que “la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento”.
Sobre la práctica de bautizar a los niños siendo muy pequeños, la Iglesia nos enseña en el catecismo (n. 1252) que “es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que, desde el comienzo de la predicación apostólica, cuando ‘casas’ enteras recibieron el Bautismo (cf. He 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16), se haya bautizado también a los niños”.
Por eso, cada vez que nos pregunten por qué bautizamos a los niños, hay que responder que los bautizamos porque así como debemos preocuparnos de la salud del cuerpo del niño también los católicos nos ocupamos de la salud de su alma: de la misma manera que cuando el niño está enfermo se lo lleva al médico sin esperar a que crezca y decida, los católicos al nacer nuestros hijos lo llevamos al “medico divino” para que les otorgue por el bautismo la salud de su alma, porque no queremos privarlo de lo más importante que es ser templos del Espíritu Santo desde la más tierna edad y tener a Dios como padre.
Debemos preguntarnos seriamente: Si mi niño recién nacido viene al mundo con una enfermedad, ¿le niego la medicina argumentando que no es consciente de estar recibiéndola? ¿Diría que sería mejor esperar a que tenga suficiente uso de razón? ¿Por qué entonces negarle el bautismo si es lo mejor que puedo hacer por él?