La Iglesia es Santa

El Concilio Vaticano II (1965), que auguraba una nueva primavera para la Iglesia después de tantos siglos de confrontación con la cultura moderna, fue seguido —a causa de una errónea hermenéutica— por un venir a menos de la liturgia, la catequesis, la formación sacerdotal, a los que se agregaron —en los últimos decenios— el escándalo por los abusos sexuales a menores perpetrados por clérigos y los escándalos financieros. Todo esto nos ha conducido a la conciencia cada vez más clara de que —como en otros tiempos y circunstancias históricas— la Iglesia católica está atravesando una crisis que, por momentos, parece llevar a una suerte de “punto muerto” del que solo puede sacarnos un “discernimiento del Espíritu”, con una decisiva vuelta a las fuentes del Evangelio y de la Patrística y, finalmente, con un gobierno firme y prudente de parte del colegio de los Obispos que, con su cabeza, el Papa, tiene la responsabilidad de la conducción de la Iglesia universal.

Ante esta triste realidad, la gran tentación sería limitarnos a una lectura sociológica y política, como la que hace, en general, la prensa mundial que se detiene en señalar el desprestigio institucional, porque no mira a la Iglesia con los ojos de la fe sino que la juzga a partir de criterios puramente humanos, como si ella fuera solo una institución, entre otras, de las que constituyen la trama de las actuales sociedades democráticas.

Los fieles católicos, sin embargo —que la vemos y juzgamos desde la fe—, no olvidamos la promesa del Señor al enviar a los apóstoles a la misión de que él estaría con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28, 19-20). Por ello mismo, no perdemos la confianza en que, la nave de la Iglesia, por más que atraviese por mares tempestuosos, nunca naufragará, porque la guía el Señor Jesús, el más seguro piloto y la anima el mismo Espíritu que él envió junto con el Padre para constituirla como columna de verdad. Esto nos lleva a afirmar con total certeza y confianza que, no obstante albergar en su seno pecadores, ella es “indefectiblemente santa” (LG 39).

¿En qué se fundamenta esta certeza? El Vaticano II es claro al respecto: en que “Cristo, el Hijo de Dios, quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado ‘el único santo’ ”, [Misal Romano, Gloria, refiriéndose a Cristo aclama: “Tu solus sanctus”]. Pues bien, Cristo, el único santo, “amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a sí mismo para santificarla (cf. Ef, 5,25-26), la unió a Sí, como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios”. De ahí que todos, pastores y fieles, estemos llamados a la santidad (LG 39).

Más aún, por su unión vital [ontológica] con Cristo, la Iglesia es no sólo Santa sino también, como expresa la Relación Final del Sínodo Extraordinario convocado por San Juan Pablo II en 1985, a los veinte años de la finalización del Concilio, Signo e Instrumento de santidad: “porque la Iglesia es un misterio [=sacramento] en Cristo, debe ser considerada como signo e instrumento de santidad” [Rel. Fin. II,A, 4].

Es importante advertir que los términos “signo” e “instrumento” nos remiten a la noción de “sacramento” que —como ya hemos indicado— es equivalente a la de “misterio” ya que ambas son, estrictamente, intercambiables.

“La Iglesia es, en Cristo, como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano” afirma Lumen Gentium al comienzo, en el número 1. Esta santidad –como ya se ha dicho– tiene su fundamento en Cristo y, por lo mismo, se trata de una santidad “ontológica”, es decir, fundada en el ser, más exactamente en que Cristo es Dios. Ahora bien, esta santidad nos es participada, a cada uno y a la Iglesia como cuerpo, por el Espíritu, que es “enviado el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia” (LG 4).

Cristo, en efecto, es el Verbo que, junto al Padre y al Espíritu Santo, constituyen la Trinidad Santa, el Dios en quien creemos. Pero Cristo, en el seno purísimo de María, toma carne humana, se hace semejante a nosotros y, de este modo, la humanidad de Cristo unida a la Persona del Verbo es “signo” e “instrumento”, es decir, como “sacramento” del único Santo, del único Dios cuyo ser consiste en su santidad.

La humanidad de Cristo participa —entonces— de la santidad divina y es esa participación la que comunica a la Iglesia que es su cuerpo, en el que se prolonga la realidad sacramental de su humanidad y de su santidad.

Saquemos de esto una importante conclusión: en cuanto misterio de efusión divina la Iglesia no puede dejar de ser “santa” y “santificadora”, en el sentido ontológico y a la vez dinámico que la Biblia da al “ser” divino. Sólo que Dios es santo “por esencia” y la Iglesia lo es “por participación”. Es decisivo entender esto: Dios no es solo el “totalmente otro” respecto del hombre y del mundo. Más aún, su santidad no es solo un “atributo” sino que se identifica con su esencia. Digámoslo de otro modo: Dios no es santo porque manifiesta una “perfección moral en su acción”, sino — al revés— sus acciones son moralmente perfectas “porque Él es santo”. El “obrar” sigue al “ser” y no el “ser” al “obrar”. El fundamento de la santidad de la Iglesia es —en consecuencia— la santidad de Dios. Por ello mismo podemos decir sin lugar a ninguna duda que la Iglesia es “objetivamente santa”. En efecto, santa es la Palabra de Dios revelada; santos son los Sacramentos; santos son los ministerios. En una palabra: santas son todas las realidades que garantizan la mediación de la nueva alianza sellada con la sangre de Cristo.

Hay que tener presente esta santidad objetiva.

El papa Francisco celebra la Misa de canonización de cinco nuevos santos en la Plaza San Pedro en el Vaticano el 13 de octubre de 2019 (Foto: CNS / Paul Haring).

Sí, la Iglesia es “indefectiblemente santa” (LG 39). Pero esta santidad objetiva no excluye la santidad subjetiva. La Iglesia, en efecto, es también “Iglesia de los santos”, es decir, de quienes —a pesar de ser pecadores— se esfuerzan por ser santos. La santidad es, así, una vocación universal, de todo ser cristiano que es incorporado a la Iglesia y hecho miembro del Cuerpo de Cristo ya desde el bautismo.

Lumen Gentium lo expresa hermosamente al final del número 3: “Todos los hombres están llamados a esta unión con Cristo [se refiere a la Eucaristía], luz del mundo, de quien procedemos, en quien vivimos y hacia quien caminamos”.

La Iglesia tiende [en su obrar] hacia la fuente de la santidad que es Cristo y, en definitiva, la Trinidad Toda.

La santidad supone, desde luego, la fe, la conversión, el seguimiento de Cristo, la lucha contra el mal [especialmente contra el demonio], la perseverancia. Pero no es algo que el cristiano —o la Iglesia— puedan lograr por sus propias fuerzas satisfaciendo, así, sus más hondas aspiraciones morales. Todo lo contrario, estas realidades —que deben darse— presuponen que Dios viene a nuestro encuentro a través de la Encarnación del Hijo y la misión o envío del Espíritu. No nos hacemos santos a nosotros mismos sino que es Dios quien nos hace santos participándonos su propia santidad y, así, haciéndonos capaces de elevar nuestra naturaleza humana hacia lo sobrenatural.

Por lo mismo —y esto es fundamental entenderlo— la orientación de toda nuestra vida a Dios no es una suerte de “código moral” que surge de nosotros o de nuestras aspiraciones sino que es la aplicación y la consecuencia de un dinamismo [fuerza], de una gracia, que nos fue infundida por el mismo Dios. De esta manera comprendemos que se trata, en el fondo, de un dinamismo, de una gracia, que es participación en el “ser” de Dios, que nos hace “tender a Dios” y que corresponde —por otra parte— a la secreta aspiración de nuestra naturaleza que busca, siempre y necesariamente, la felicidad.

Llegados al final preguntemos: ¿hay en la Iglesia pecadores? Indudablemente sí. Pero, ¿es la Iglesia en su ser y en su obrar pecadora? Sin duda no. Leamos atentamente Lumen Gentium: “la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación” (LG 8). La Iglesia no ha llegado todavía a la plenitud de su santidad, pero ¡cuidado con llamarla pecadora! como hacen algunos por ignorancia o ideología. Si he logrado expresarme bien, en la santidad, hay una prioridad de lo “ontológico” sobre lo “moral”; del “ser” sobre el “obrar” que valen tanto para la santidad de la Iglesia como para la santidad de cada cristiano, cualquiera sea su condición.

Y Jesús lloró

“Y Jesús lloró”, fue la noticia y sorpresa de los que incrédulos vieron a Jesús derramando lágrimas.

“Y Jesús lloró” es el mensaje consolador y válido para los que hoy, en plena pandemia del COVID-19, lloramos los seres queridos que han partido, y a los cuales muchos no pudimos ni siquiera decirles adiós, ni acompañarlos a su última morada. Jesús nos sale al rescate con este versículo que muestra el corazón humanamente adolorido ante la muerte de su amigo Lázaro.

Refiriéndose a este versículo, el más corto de la Biblia, el 29 de marzo del 2020, Quinto Domingo de Cuaresma, el papa Francisco lo llamó ‘domingo del llanto’. Dijo que a los que no puedan llorar con el otro y por el otro deben orar en la Santa Misa: “Señor, que yo llore contigo, que llore con tu pueblo que en este momento sufre.

Desde este altar, desde este sacrificio de Jesús, que no se avergonzó de llorar, pedimos la gracia de llorar”. Según los psicólogos, la tristeza es una parte del duelo, y una de las etapas necesarias en el proceso de la sanación.

El Evangelio también nos narra que Marta y María estaban muy tristes. El versículo 19 nos dice que muchos habían ido a la casa de Marta y de María para consolarlas por la muerte de su hermano.

Añade que cuando María se levanta para acudir al encuentro con Jesús, “los judíos que estaban con María en la casa consolándola, al ver que se levantaba aprisa y salía, pensaron que iba a llorar al sepulcro y la siguieron”.

El Evangelio también nos presenta el momento del duelo en que se vuelve la vista atrás conectada con reproches en el presente.

Marta y María, las dos hermanas que han estado llorando la muerte del hermano querido le dicen a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Y es que cuando un ser querido se marcha, la impotencia de no poder evitarlo nos hace culparnos.

Elizabeth Lukas, autora del libro “En la tristeza pervive el amor”, nos dice que “la «vista atrás» con una intención de reproche coarta la libertad” porque puede dar lugar a profundos resentimientos en el corazón.

Aclara “que el si yo hubiera… », «ojalá hubiera…»— son estériles compañeros de viaje que se tambalean tras un tren del tiempo que ya ha partido”.

En el Evangelio, Jesús sale al rescate de estos sentimientos negativos que invaden a las hermanas. Contesta cada reproche en forma diferente, pero siempre validando su dolor.

A Marta le dice: “Yo soy la Resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. ¿Crees esto?”. Ante el reproche de María usa una metodología válida para todos los casos y situaciones: ¡Llora con ella! Luego actúa.

La humanidad y la divinidad de Jesús se funden. Camina hasta la cueva donde está enterrado el amigo, dispuesto a enfrentarse a la muerte.

Marta, a quien su dolor no le permite ver más allá, interpela a Jesús y le dice que su hermano ya huele mal.

Jesús la mira, la entiende, y una vez más, con paciencia y dulzura, reprocha su incredulidad: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”.

Gracias, Señor Jesús, por llorar con nosotros y por nosotros. En medio del dolor y del llanto, permítenos ver tu gloria resucitándonos a una vida nueva.

La lección de la oruga

Cada vez que enfrento retos, emprendo algo nuevo o me encuentro con obstáculos en mi vida, recuerdo a la pequeña oruga que no se detuvo ante nada ni nadie para cumplir su propósito en la pequeña vida que Dios le regaló.

Se trata de un popular cuento infantil que relata cómo una diminuta oruga soñó una noche que llegaba a la cima de una montaña y contemplaba la belleza del mundo entero. Al despertar en la mañana, decidida a hacer su sueño realidad, la pequeña oruga emprendió un arduo camino cuesta arriba hacia su lejano destino.

Según el cuento, numerosos animalitos intentaron detenerla y hasta la tildaron de loca en su propósito. Le decían que era imposible, que su tamaño le impediría cumplir su meta y muchas otras excusas para que aceptara que era solo una pobre oruga y nada más. Pero ella avanzaba lentamente ante la burla de todos.

Un día, exhausta de caminar, se postró y murió. Los animalitos de la llanura se congregaron alrededor de sus restos y rieron diciéndose entre ellos que, en su insensatez, la oruga se había autoconstruido una pequeña coraza como tumba para que sirviera de lección para todos los que trataran de emprender algo nuevo y diferente.

Pero la coraza se rompió y salió volando una bella mariposa que llegó a la cima de la montaña, donde se detuvo a contemplar la belleza del mundo.

En estos días de frío invernal, opiniones encontradas e inseguridad, les invito a que sigamos nuestro camino de fe, aunque sea a paso de oruga y guardados dentro de nuestras corazas temporales. Tengamos fe en que nos encontramos en proceso de transformación y que estamos hilando nuestras alas con paciencia y detenimiento.

El encierro y la transformación interna son procesos de la naturaleza que dan pie cada año al renacimiento y el reverdecimiento de nuestras flores, nuestras mariposas y nuestras vidas.

Ahora que vemos nuevos comienzos después de un año de duras pruebas, caminemos paso a paso con el fervor de la oruga que no sabía que un día se convertiría en mariposa y volaría muy alto hasta confundirse con los rayos del sol.

Los invito a recordar y repasar esos cuentos infantiles de antaño que tantas lecciones de vida impartían a través de moralejas y relatos fantásticos. Estas moralejas nos ayudan a superar las vicisitudes a lo largo de nuestras vidas y al compartirlas con nuestros niños, les damos herramientas a su imaginación para que sueñen y hagan realidad sus propósitos en esta vida que nos regala Dios.

La Navidad, fiesta de la dignidad del hombre

La llegada de la Navidad nos viste de fiesta. Todo parece transformarse con signos externos que evidencian que estamos en un tiempo especial que merece celebrarse.

El pesebre, el árbol de Navidad, los planes para reunirnos, los regalos, los saludos que se multiplican por todas partes. La celebración con sus expresiones sensibles y significativas manifiesta una dimensión fundamental de la existencia humana.

Es humano celebrar, alegrarse, y expresar todo ello de manera visible.

Pero hay que estar atento para no quedarnos en esta dimensión que, siendo importante y significativa, no expresa, sin embargo, de manera adecuada lo fundamental. Porque lo fundamental en una celebración no es el modo externo de su desarrollo sino aquello que se celebra.

¿Qué celebramos en la Navidad?

Para responder a esta sencilla interrogante hay que cambiar de plano. Es indispensable pasar a la religión: celebramos el nacimiento de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.

El relato evangélico nos pone delante un cuadro enternecedor. Para cumplir con el censo ordenado por el emperador Augusto, José, que pertenecía a la familia de David, debe trasladarse con su esposa, María, de Nazaret a Belén y, como no había lugar para ellos en la posada, María da a luz a Jesús en un pesebre.

Encontramos en ello una paradoja: el Hijo de Dios, a quien no pueden contener el cielo y la tierra, se nos manifiesta en la fragilidad de un niño recién nacido y en la humildad de un pesebre.

Paradoja, también, porque —según el propio relato— la gloria de Dios envuelve con su luz, mediante una aparición del Ángel del Señor, a unos sencillos pastores y les hace un anuncio que tiene una significación determinante para toda la humanidad: “No teman, porque les traigo una nueva noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” y les indica que la señal de todo esto es “un niño recién nacido y acostado en un pesebre”.

El relato culmina indicando que, junto con el Ángel, apareció una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por Él” (cf. Lc 2,1-14).

Contrastan la pobreza del lugar del nacimiento y el esplendor de la gloriosa manifestación de Dios con la presencia angelical y la importancia del anuncio. En su brevedad y sencillez el evangelista nos brinda lo fundamental: la nueva noticia, la gran alegría, es que ha nacido el Hijo de Dios, el “Mesías” [enviado], que es el Salvador esperado.

Este Mesías-Salvador es Hijo de David y trae, simultáneamente, la gloria de Dios y la paz a la tierra. Así son las cosas de Dios: unen la fragilidad de los medios y la sencillez de las expresiones con la trascendencia y magnificencia de lo que lo obrado produce.

El Hijo de Dios es, así, introducido en la historia humana, con un nacimiento humilde y una familia que lo acoge: María, su madre y José, su esposo y padre adoptivo. La liturgia de la Solemnidad de la Natividad del Señor nos lleva al plano más profundo, al núcleo del “Misterio” que explica y fundamenta la celebración.

En algunos de sus contenidos presenta una noción que es importante retener: Cristo es la “luz verdadera”.

La imagen de la luz —ligada, con frecuencia, en la Biblia a la verdad— está en la Oración Colecta: “Dios nuestro, que has iluminado esta santísima noche con la claridad de Cristo, luz verdadera”; en el Prefacio de la Misa: “Porque gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor”; y, finalmente, en el Evangelio: La Palabra [el Verbo], era Dios, estaba con Dios […], “en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres” “y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,1-18) [cf. Misal Romano. Solemnidad de la Natividad del Señor].

Cristo es el Verbo de Dios, en quien está la vida y este Verbo se hace carne en las entrañas purísimas de María quien lo da a luz como el Salvador.

El Misterio aquí revelado podría resumirse así: Dios se hace hombre, se encarna, toma forma humana, se hace visible y cercano y asume nuestra naturaleza humana, que era ya imagen y semejanza de Dios por la creación (cf. Gen 1,26), para elevarla en su dignidad.

Por su encarnación y nacimiento, en efecto, Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, verdadero Dios y verdadero hombre, al asumir nuestra naturaleza humana y hacerse uno de nosotros semejante en todo, menos en el pecado, nos asocia definitivamente a su destino y da, con ello, al hombre una mayor dignidad que aquella de ser “imagen y semejanza de Dios” por su naturaleza creada: la dignidad de Hijo de Dios que recibimos en el bautismo.

Esto hace expresar al papa San León Magno que en la Navidad no hay lugar para la tristeza y que nadie puede considerarse excluido de esta alegría. La dignidad del hombre es tal que quien la vulnera ofende, con ello mismo, a Dios.

Este es el fundamento más profundo, la fuente última de todo derecho humano: desde el derecho a la vida hasta el respeto por la libertad, la religión, la participación en la vida pública, social, política y cultural siguiendo el dictamen de su conciencia.

San León expresa por ello: “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad” y saca la consecuencia moral: “ya que ahora participas de la misma naturaleza divina, no vuelvas a tu antigua vileza con una vida depravada. Recuerda de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro […] pues el precio con que has sido comprado es la sangre de Cristo” (San León Magno. Sermón 1. En la Natividad del Señor).

Que la alegría de la Navidad colme nuestros corazones, nos haga reconocer la cercanía inaudita de Dios que ha querido ser uno más de nosotros y que todo ello nos lleve a reconocer en cada hombre a un hermano que reclama nuestra atención y el irrestricto respeto por su dignidad y derechos.

 

La oración del Señor: el Padrenuestro

La promulgación del reino de los cielos constituye el “centro” del Evangelio de San Mateo. Jesús, la “Palabra” de Dios personificada, que existía desde siempre junto al Padre y “era Dios” (cf. Jn 1, 1-2), en cumplimiento de la voluntad del Padre, lo inaugura y, con su obediencia, realiza la redención (cf. LG 3).

Dicha promulgación tiene lugar en el Sermón de la Montaña (Mt cap.5-7) y, en ese contexto, hay que ubicar al Padrenuestro, la oración que Jesús nos enseñó (Mt.6, 9-13), cuya enseñanza, según el Evangelio de Lucas, fue solicitada a Jesús por uno de sus discípulos: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos” (Lc 11,1).

Santo Tomás de Aquino (s.XIII ), al tratar de la oración (cf. S. Th. II-II q. 83), se pregunta “Si las siete peticiones de la Oración del Señor están oportunamente formuladas” y, citando a San Agustín en su Carta a Proba, escribe: “si oramos correcta y justamente, no se nos ocurrirá pedir nada distinto de lo que ya dice la ‘oración dominical’ ” [de Dominus, Señor] —añadiendo— “puesto que la oración es un intérprete de nuestro deseo ante Dios, solo pediremos rectamente lo que rectamente podemos desear”, y culmina: “no solo se piden [en ella] las cosas que rectamente se pueden desear, sino incluso en el orden en que se deben desear” (cf. q83, art 7).

Importante esta relación de la oración con el “deseo”. Orar es desear, con lo que se señala su vinculación con el afecto. Santa Catalina de Siena define la oración como “la infinita eficacia del deseo”.

Pero la oración no es, propiamente, acto del afecto, sino de la razón. Santo Tomás señala así su etimología: “oratio dicitur quasi oris ratio” [la oración es la razón expresada en palabras] y es “petición”, como enseñan San Agustín y San Juan Damasceno: lo que no podemos alcanzar con nuestras propias fuerzas, lo que no podemos “mandar”, lo pedimos a Dios para que Él, con su poder, haga realidad nuestro deseo.

La petición (petitio) es análoga al mandar (imperium), acto de la “prudencia”, virtud intelectual que regula todo el campo moral, y, así, tanto el “pedir” como el “mandar”, al postular un orden: “que se haga esto o lo otro” son evidentemente acto de la razón, de la que es propio el ordenar.

De este modo queda clara la vinculación de la oración tanto con la “razón” como con el afecto (cf. q. 83 art 1). Basta examinar la oración litúrgica para descubrir que, aun en la acción de gracias, siempre esconde una petición.

Pero —recordemos— hemos dicho que el Padrenuestro incluye no solo la petición de lo que se puede desear sino, también, el orden en que se debe desear, es decir, una cierta jerarquía entre las peticiones y, en este sentido, afirma Santo Tomás, que el Señor nos enseñó a pedir primero lo que se refiere al fin y, luego, lo que se refiere a los medios.

Dicho de otro modo pedimos primero la “gloria de Dios” que debe ser la cima de nuestros deseos y, luego, los medios que nos ayudan a dar a Dios la Gloria que le debemos.

Esta lógica y jerarquía rige el sentido y el orden de las siete peticiones del Padrenuestro:

1.- Santificado sea “tu” Nombre;

2.- venga “tu” Reino;

3.- hágase “tu” voluntad.

Todo entre sí estrechamente relacionado atañe a la Gloria que debemos dar a Dios. Recién entonces podemos pasar a los “medios” que nos alcanzan tan noble finalidad:

4.- danos el pan;

5.- perdona nuestras deudas;

6.- no nos dejes caer en la tentación; y

7.- líbranos del mal.

El Padrenuestro comienza con una “invocación”: “Padre”, en realidad “Abba” como llama al Padre Jesús (cf. Gal 4,6; Rom 8,15; 1 Pe 1,17) que significa “papá” y es original de Jesús [nunca un judío se animaría a llamar así a Dios] y refleja el sentimiento de abandono y confianza del niño. Es una fórmula que inspira la espiritualidad de la infancia (Sta Teresa del Niño Jesús). Luego, las tres primeras peticiones cuyo “centro” es el “Reino” y que están entre sí íntimamente relacionadas: pedimos la santificación [o glorificación] del Nombre de Dios, que venga su Reino y que se haga su voluntad.

En el fondo, la voluntad de Dios es que venga el Reino con lo que el hombre será salvado y manifestará, de este modo, la gloria de Dios porque, como enseña San Ireneo: “la gloria de Dios es el hombre viviente”. Pero lo que pedimos es, no que estas cosas acontezcan, porque, estrictamente, dependen de la voluntad y el poder de Dios que la oración no cambia porque Él, de lo contrario, no sería “omnipotente”. El Reino viene y su voluntad se cumple aunque yo no lo quiera. Por consiguiente, pedimos que “nosotros” deseemos y aceptemos estas realidades salvíficas y que todo lo hagamos, como enseña San Ignacio de Loyola, “para mayor gloria de Dios”.

En consecuencia, toda “causalidad” en la oración —si queremos recurrir a un vocabulario metafísico— revierte sobre el orante. Recordemos que Jesús nos dice que no hay que usar muchas palabras como si necesitáramos argumentar ante Dios, porque el Padre “sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan” (Mt 6, 7-8). Somos nosotros los que tenemos necesidad de saber exactamente qué pedimos a Dios.

Habiendo pedido lo que se refiere al fin (Dios-su gloria-su voluntad-su reino) pasamos a los medios y pedimos primero el “pan” pero el pan “nuestro”. Dejamos, así, el “tu” para pasar al “nosotros” retomando el “nuestro” de la invocación. En su comentario al Padrenuestro San Cipriano afirma que “nuestra oración es pública y común”, porque el Señor quiso que orásemos unos por otros. ¿Qué pan pedimos?: desde luego el de la Eucaristía que anticipa la vida eterna, pero también el pan material, el indispensable para otro trecho de vida temporal y que resume todo lo que necesitamos para la vida.

Pero pedimos el de “hoy”, no el de mañana, lo que nos abre a la providencia y nos mueve a la austeridad. Luego pedimos “perdónanos nuestras deudas”, nuestros pecados, como nosotros también perdonamos (cf. Mt 18,22-35). Es un vocabulario legal, que hoy no gusta, pero que Jesús usa mucho, y también la liturgia.

Recordemos el Exsultet que cantamos la noche de Pascua: “Porque Él (Cristo) pagó por nosotros la deuda de Adán”. Más allá de nuestros pecados, siempre estamos en deuda con Dios porque nunca podremos pagar en proporción a lo recibido la elección, el llamado, la predestinación, la justificación, la glorificación (cf. Rom 8,30).

Quedan, así, las dos últimas peticiones: la primera “no nos dejes caer en la tentación”. Pero ¡atención! No pedimos no tener tentaciones, sino no caer en un punto donde ya no podamos resistir; y no a cualquier tentación sino, ante todo, a la de las tribulaciones que precederán al fin del mundo que Marcos describe en su Evangelio (cf. Mc 13,5-23), especialmente de los “falsos mesías y falsos profetas” (v.22).

En una palabra, de los que presentarán al Reino como futilidad y no, como lo que es, la soberanía y el poder de Dios en acto de ejercerse: la salvación. Por lo mismo la “tentación” se dirige a la fe y a la esperanza.

La última petición es “líbranos del mal” —o del “malo” (Demonio)— que quiere obstaculizar el plan de Dios sobre nosotros y sobre la Iglesia. También, desde luego, pedimos “líbranos Señor de todos los males” (cf. Misal Romano, Embolismo).

Vemos, así, como señala adecuadamente el Catecismo, que “la oración dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio” (Tertuliano, or. 1). (n.2761).

MONS. ZECCA es Arzobispo emérito de Tucumán, Argentina, y Arzobispo titular de Bolsena.

 

Aprender, servir, liderar y triunfar

La Semana de las Escuelas Católicas (Catholic Schools Week) es una jornada para que todos celebremos las grandes historias de éxito de la educación católica dentro de la Diócesis de Brooklyn. Durante esta semana especial, celebramos los grandes logros de los estudiantes que nos han sido confiados. Reconocemos los compromisos hechos por nuestros padres, la dedicación de nuestros maestros y personal educativo, el liderazgo de nuestros directores, el trabajo de la junta directiva y la guía espiritual de nuestros pastores y párrocos. Verdaderamente, el tema de la Semana de las Escuelas Católicas: Aprender, Servir, Liderar y Triunfar es incuestionable en todas las Academias Católicas y Escuelas Parroquiales.

Como Iglesia, somos los orgullosos abanderados de la rica tradición y misión católicas establecidas por quienes nos precedieron. Es nuestra obligación nutrir, fomentar, salvaguardar y hacer crecer esta enorme responsabilidad. Nuestra identidad católica en la comunidad en general es lo que yo llamo “evangelización de bienvenida”.

Esto nunca ha sido más evidente que en nuestras academias católicas y escuelas parroquiales, que son vehículos efectivos y poderosos para nuestro serio compromiso con las enseñanzas del Evangelio. Ser apostolados de esperanza, júbilo y entusiasmo nos inviste para servir como role models de fe, creando y moldeando el futuro. Nos esforzamos por tener una influencia educativa en la personalidad integral del niño.

ESPIRITUALMENTE: nuestra educación católica es uno de los mejores conductos para llevar las Buenas Nuevas de nuestro Señor a los niños, los futuros discípulos de la Iglesia.

INTELECTUALMENTE: nuestras academias católicas y escuelas parroquiales están llamadas a educar al más alto nivel de excelencia académica y rigor, y lo cumplimos. Nuestros parámetros de excelencia nos exigen desarrollar los talentos únicos regalados por Dios a cada uno de los estudiantes que tenemos frente a nosotros.

SOCIALMENTE: nunca ha sido más importante ser faros de luz que en el mundo secular de hoy. Nuestros estudiantes están dotados con el conocimiento, la fe y la confianza para salir a la sociedad y ser ciudadanos productivos e influyentes espiritualmente, capaces de dar forma al futuro de las generaciones venideras.

Esencial para el éxito continuo de la educación católica dentro de la Diócesis de Brooklyn, debemos mantener nuestra matrícula. Debemos seguir buscando maneras de reponer a aquellos estudiantes que han abandonado las Academias Católicas y las Escuelas Parroquiales. Con ese objetivo, he instituido el Proceso de becas de Evangelización (Evangelization Scholarship Process). Arrancando ahora en su cuarto (4to) año, el objetivo principal de esta beca es alentar a las familias enroladas en los Programas de Educación Religiosa en las parroquias, a que matriculen a sus hijos en las Academias Católicas y Escuelas Parroquiales.

Si en estos momentos tiene un hijo en el Programa de Educación Religiosa de la Parroquia y desea matricularlo en la Academia Católica o en la Escuela Parroquial, se le pide que agende una reunión con el Pastor o el Líder Catequético de la parroquia. Ellos pueden coordinar una reunión con el director y comenzar el proceso de solicitud. Para las familias que necesitan ayuda para pagar la matrícula, las Becas de Evangelización pueden cubrir del 25% al 75% de la matrícula, basado en una evaluación de las necesidades.

Si bien las Becas de Evangelización son para nuevas familias interesadas en la educación católica, alentamos a todas las familias que en estos momentos tienen estudiantes matriculados en las Academias Católicas y las Escuelas Parroquiales a participar en el Proceso de becas Futures in Education y el Programa Be An Angel. Además, a través de los esfuerzos de desarrollo dentro de las Academias Católicas, se solicita a los Comités de Asistencia de Matrícula que brinden asistencia de matrícula adicional para las familias.

La beca de evangelización es administrada por Futures in Education, la organización de becas que apoya a nuestras escuelas parroquiales y academias católicas de Brooklyn y Queens. Las familias que necesitan asistencia financiera que actualmente tienen estudiantes matriculados también están invitadas a presentar su solicitud.

Además del apoyo de Futures, a través de los esfuerzos de desarrollo dentro de las Academias, se solicita a los Comités de asistencia en el pago de los estudios (Tuition Assistance Committees) que brinden asistencia de matrícula adicional a las familias que solicitan ayuda. Existen muchos programas de becas para apoyar económicamente a todas las familias. Animo a todos los que necesitan ayuda a buscar estas oportunidades. Hay muchas opciones financieras para asistir a todas las familias. Los exhorto a todos a buscar estas posibilidades de becas.

(CNS/ Mike Crupi, El Correo Católico)

Los modelos de fe más visibles para nuestros hijos son sus maestros. A través de su compromiso constante y su esfuerzo y dedicación incansables, trabajan diligentemente para ofrecer a los niños una educación católica de calidad. Los maestros llegan cada día esperando con mucha ilusión a sus alumnos. Están llenos de emoción, sabiendo que realmente pueden moldear los corazones y las mentes de los que están ante ellos.

Las condiciones y el ambiente dentro de sus aulas son un reflejo de las verdaderas enseñanzas de la Iglesia Católica. Sin embargo, lo más importante es que son testigos y practicantes todos los días de fe, que motivan no solo a través de sus palabras, sino a través de sus obras. A través de su continuo desarrollo profesional, nuestros maestros reciben las más recientes innovaciones y métodos educativos para satisfacer las necesidades de los estudiantes. Nuestras colaboraciones con los colegios y universidades continúan siendo una fuente de apoyo para nuestros directores y maestros.

Nuestra Junta de Directores en las Academias aporta su experiencia para mejorar aún más la misión de la educación católica dentro de la Diócesis de Brooklyn. A través de sus incansables esfuerzos, la Junta Directiva trabaja diligentemente en las áreas de finanzas, marketing, desarrollo y reclutamiento de nuevos estudiantes.

El establecimiento de la Estructura del comisiones (Committee Structure) y la participación de los padres a través de la Asociación Académica del Hogar (Home Academy Association), son esenciales para el éxito del Modelo de gobierno de la academia (Academy Governance Model). Con los padres como nuestros aliados en la educación católica, los padres deben participar en las comisiones de desarrollo y marketing. La Asociación Académica del Hogar (Home Academy Association) es una excelente manera para que los padres colaboren con el director del panel. Ser Director de una academia es un nuevo ministerio para ellos, un ministerio que inspira, guía y determina el cambio positivo.

Los padres son los principales educadores de sus hijos. Al elegir nuestras excelentes academias y escuelas parroquiales, están depositando en nosotros la más sagrada confianza al darnos el privilegio de educar y formar a sus hijos. Su deseo de educar a sus hijos en una escuela católica es un reflejo de que están buscando mucho más que un currículum académico. Ellos hacen grandes sacrificios por sus hijos. Es nuestra responsabilidad dar a estos padres todas las herramientas disponibles para construir esa base de fe dentro de su hogar.

Capacitamos a nuestros padres para que ellos se conviertan en evangelizadores eficaces. Fomentamos actitudes de vida orante y llena de fe para proporcionar oportunidades interminables para participar en la vida de la Iglesia, venerar los domingos como una comunidad de fe, buscar la expiación del pecado a través del sacramento de la Penitencia y experimentar el poder del sacramento de la Eucaristía.

San Juan Pablo II resumió de manera sucinta y clara que la misión de la educación católica es toda nuestra responsabilidad, es un esfuerzo de equipo. Todas las personas de fe estamos llamados a garantizar que nuestro manto de fe, esperanza y amor se escuche rotundamente.

Todos aquellos involucrados en la Misión de educación católica dentro de la Diócesis de Brooklyn salen a remar mar adentro día a días. Les pido que se unan a mí para celebrar las muchas historias de éxito asociadas con la educación católica. Durante esta Semana de las Escuelas Católicas, recordamos la continuación de nuestro compromiso con la Misión de la educación católica y de mantener encendida la llama del amor de Dios en Brooklyn y Queens. Recordemos siempre que nuestras Academias Católicas y Escuelas Parroquiales guían a todos los estudiantes a aprender, servir, liderar y triunfar.

¿Conozco mi Iglesia?

“¿Qué pasó después de la muerte de Cristo?” Así preguntaba un predicador a la comunidad. ¿Quedaron tristes y desanimados los apóstoles, cuando el Señor subió a los cielos? Ellos habían sido testigos de los milagros que hizo y de los muchos enfermos que curó. Y, ¿después? ¿Siguieron unidos, formando el grupo que el Maestro con tanto cariño y esfuerzo estuvo preparando?

Se llama Iglesia Apostólica a la vida de los seguidores del Señor en el tiempo inmediato después de su muerte. Para un cristiano conocer ese un período importante pues es el lazo que conecta a Jesús con la Iglesia presente. Gracias a Dios tenemos información sobre esa temporada. Está descrita en la obra titulada Hechos de los Apóstoles.

El libro de los Hechos tiene un lenguaje directo y narrativo, por ello suscita interés su lectura. Fundamentalmente habla de los dos personajes más importantes en la Iglesia Apostólica, Pedro y Pablo. Para todo cristiano instruido es recomendable el contacto directo con todas las páginas del libro. Pero dada la gran cantidad de datos, en este artículo se pretende ofrecer una síntesis o vista de pájaro de su contenido. Lo abreviamos en cinco partes.

Primera sección: La comunidad en Jerusalén (1-5).

En este período se describen los hechos después de la muerte del Señor. Formaron una comunidad donde se resalta la enseñanza de los apóstoles y sus milagros, el compartir de bienes, las comidas litúrgicas y la oración en el templo. El punto de arranque lo constituyó la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés, con el mensaje de llegar a todos los confines de la tierra.

Segunda sección: Las primeras misiones (6-12).

Se menciona la historia de los diáconos y el martirio de san Esteban. La atención se concentra en algunos personajes: Pedro, Pablo, Bernabé. Todos dejan Jerusalén. Felipe evangeliza Samaría y convierte al eunuco de Etiopía. Saulo, camino de Damasco, es bruscamente llamado a la evangelización cristiana entre los paganos. Pedro emprende un viaje de inspección por la costa palestina. El es encarcelado y libertado por un ángel.

Tercera sección: El primer viaje de Pablo y el concilio de Jerusalén (13-15).

Bernabé y Pablo evangelizan Chipre y penetran en Asia Menor. Defienden los derechos de los convertidos de la gentilidad y el ideal de un cristianismo liberado de las trabas de la ley. El concilio de Jerusalén, presidido por Santiago disputan Pedro y Pablo. La asamblea se niega a imponer a los paganos convertidos el yugo de la ley. Santiago es decapitado.

Cuarta sección: Las misiones de Pablo (16-20).

Se mencionan cinco episodios, que representan las actividades diarias de Pablo en el mundo gentil de Europa: La conversión de Lidia, la muchacha poseída; la prisión de Pablo y de Silas; la conversión del carcelero pagano. Pablo llega a Atenas, capital del mundo cultural ciudad totalmente entregada a los ídolos. El apóstol pasea por sus calles, hace unos contactos con judíos y con griegos en el mercado público. Unos se reían de él, como si fuera un charlatán. En el Areópago tiene un gran discurso sobre Dios Creador y los ídolos griegos. Al final, hace un giro rápido y explícitamente menciona el juicio universal y la resurrección de Jesús. Tercer viaje.

Quinta sección: Fin de las misiones; prisionero por Cristo (21-28).

Pablo es arrestado en el templo de Jerusalén. Primer discurso de Pablo en defensa propia ante el sanedrín.  “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia”. Encuentro camino de Damasco: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Pablo exige sus derechos como ciudadano romano. Conjuración más para asesinar a Pablo. Carta del tribuno de Jerusalén al gobernador romano de Cesaréa. Segundo discurso de Pablo en defensa propia ante el procurador Félix. Acusación del judío Tértulo. Pablo apela al César. Tercer discurso de Pablo en defensa propia ante el rey Agripa. Viaje a Roma. Tempestad y naufragio.

Pablo en Roma.

Todas estas son el enlace entre Jesús, el Señor, y la Iglesia actual. Su conocimiento es imprescindible para un cristiano responsable.

¿Conocía usted el libro de los Hechos de los Apóstoles?

 

 

¿Era Jesús un hombre instruido?

“Cariño mío, tienes que estudiar”. Los padres no se cansan de repetir esta frase a sus hijos. Consideran que el estudio es importante en la vida. Claro, que como cristianos nos podríamos preguntar: ¿Estudió Jesús? ¿Fue un hombre instruido? ¿Se interesó por conocer la historia de su pueblo? No lo dudamos, como aparece a lo largo de las páginas de los evangelios. Hay, sin embargo, un pasaje singular que responde claramente a la pregunta.

En uno de sus viajes por Galilea, donde hizo numerosas curaciones, unos maestros de la Ley y fariseos quisieron tentar a Jesús; así lo hizo el demonio en el desierto. No satisfechos con las obras maravillosas que hacía, le dijeron:

“Maestro, queremos verte hacer un milagro.”

El Señor, enojado, les dio una respuesta misteriosa:

“Esta raza perversa y adúltera pide una señal, pero solamente se le dará la señal del profeta Jonás”. Lc 11,29.

Solo un instruido de la historia de Israel conoce la figura del misterioso profeta Jonás. Jesús les recuerda que Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del gran pez. Debido a su predicación, el rey y los habitantes de Nínive resucitarán en el día del juicio junto con esta generación y la condenarán. Y, refiriéndose a sí mismo concluye.

“Aquí ustedes tienen mucho más que Jonás”.

No contento con su respuesta, el Señor vuelve a mostrar sus conocimientos sobre la historia de los judíos. Les recuerda a los maestros de la ley y a los fariseos un hecho que tuvo lugar hacía más de mil años. Se trataba de la reina de Saba que no la desalentaron las dificultades ni las molestias de sus viajes desde los confines de la tierra. Vino a Jerusalén para escuchar la sabiduría del rey Salomón. Ella resucitará en el día del juicio junto con los hombres de hoy y los acusará, el Maestro añade la misma coletilla que en el ejemplo anterior:

“Aquí ustedes tienen mucho más que Salomón”.

Resulta sorprendente ver las técnicas de Jesús. En sus disputas y argumentaciones con los maestros de la ley y los fariseos, él lo hace como un verdadero y cualificado Maestro. Muestra un dominio de la historia de su pueblo. Con gran sabiduría aplica los acontecimientos del pasado a los problemas presentes. Su manera de actuar confirma, una vez más, la importancia de aprender, de estudiar, para ser seguidores suyos.

San Pablo, autor de varias epístolas llenas de sabiduría, indica que una manera de prepararnos en el conocimiento de Dios es la lectura de la Biblia. Así animaba a su compañero Timoteo en una de sus cartas. De forma clara lo resume:

“Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, rebatir, corregir y guiar en el bien”. 2Tim 3,16.

San Lucas critica a los maestros de la ley que tratan de entorpecer el conocimiento del mensaje de Jesús:

“¡Ay de ustedes, que se han apoderado de la llave del conocimiento! pero ni ustedes mismos entran ni dejan entrar a los que quieren hacerlo”. Lc 11,52.

La Iglesia, como “Madre y Maestra”, ha seguido esta tradición de estudio. Sus doctores y santos prueban ser imitadores del único y verdadero Maestro. Así quiere que sus hijos sean auténticos conocedores de su fe.

¿Conocíamos a Jesús como un hombre estudioso y sabedor de la historia de su pueblo?

 

 

Cordero y corderos

“Jesús es el Cordero de Dios“. Aquel niño lo había escuchado muchas veces en la misa. Conocía muchos detalles de la vida del Señor. Pero no sabía qué día le crucificaron. No es de extrañar, pues nadie está seguro ni del día ni de la hora. Los mismos evangelios son claros.

La crucifixión del Señor tuvo lugar durante la administración de Poncio Pilato. Aunque no existe un consenso sobre la fecha exacta de la muerte de Jesús, se estima que la fecha de la crucifixión fue entre los años 30 al 33. Es generalmente aceptado que ocurrió en un viernes antes de Pascua. No es de extrañar estas imprecisiones, pues en la época de Jesús no había relojes. Los romanos tenían un calendario solar. Los judíos se regían por las fases de la luna o por la cosecha de la cebada. Con dificultad se sabía el día exacto o incluso mes de Pascua en un año determinado. Nos quedamos con esta inseguridad.

Veamos algunas etapas importantes. Las autoridades religiosas gritaban cada vez con más fuerza:

“¡Que sea crucificado!”

Finalmente, Pilato en un pergamino firma el documento y lo sella. De este modo, ya no puede haber apelaciones ni cambios a esta decisión oficial.

El capitán da a sus soldados la orden de salida. Gran cantidad de curiosos están a la espera. Un grito de horror sale de la muchedumbre. Por la puerta principal salen dos soldados cargando el grueso madero, usado en crucifixiones. La gente sabe lo que significa. El Maestro va a ser muerto en la cruz. La crucifixión la más aborrecible de las muertes. Incluso lo reconoció un célebre humanista romano, Cicerón, que dijo:

“La cruz es el más cruel y terrible castigo”.

Jesús, ya libre de sus cadenas, se acerca al madero recién traído, lo besa y lo carga en su hombro derecho. No han sido necesarios mandatos, ni imposiciones. El toma la iniciativa. El es dueño de su propio destino. El es el que decide. Como Rey fuerte y victorioso no ofrece muestras ni de debilidad, ni de miedo.

Dos soldados con sus trompetas anuncian el comienzo de la marcha. El Señor con la cruz en sus hombros recuerda unas narraciones bíblicas. Abraham cargó sobre las espaldas de Isaac la madera para el fuego del sacrificio. Isaac había aceptado ser el cordero del sacrificio. La matanza del cordero se estableció el 14 del mes Nisán. Ese día era la víspera de la celebración de la Pascua. La orden de Moisés era clara:

“Tendrán que matar un cordero por familia”, Ex 12,3.

¿Cuándo tuvo lugar? ¿Qué día? ¿A qué hora? El evangelio de Juan, lleno de sabiduría y simbolismo, en sorprendente coincidencia, presenta juntos en el mismo lugar, el mismo día y a la misma hora al Cordero de Dios y a los corderos de la Pascua. La pared del templo separa a los corderos degollados por los sacerdotes del Cordero cargando con la cruz. Nada extraño. El Cordero asesinado es el símbolo de Jesús. Es el que quita los pecados del mundo, como dijo el Bautista.

¿Es importante determinar la cronología de la crucifixión? ¡Sin duda! Pero no podemos olvidar que el cordero de la Pascua judía simbolizaba a Jesús, Cordero de Dios, como se proclama en la misa.

¿Cómo se relaciona usted con el Cordero de Dios?

 

Los padrinos y el pecado de “habriaqueísmo”

(CNS/Michael McArdle, Northwest Indiana Catholic)

El habriaqueísmo es para muchos un nuevo pecado recientemente descubierto. El papa Francisco, en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium n. 96, nombra y describe ese pecado, y explica que lo padecen quines dicen “lo que habría que hacer”.

Es un malestar espiritual que se manifiesta con síntomas de sueños de vanagloria sobre lo que habría que hacer, pero olvidando lo que hay en la realidad. El Papa advierte: “¡Cuántas veces soñamos con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados, propios de generales derrotados! (…) Cultivamos nuestra imaginación sin límites y perdemos contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel”.

Combatir el habriaqueísmo es uno de los nuevos retos en la vida de la Iglesia. El Papa nos da el antídoto para este problema: concentrarnos en “lo que hay”.

Ahora, para dar un ejemplo de los síntomas del habriaqueísmo, veamos el tema de la selección de los padrinos del bautismo.

Por un lado, está el habriaqueísmo de los padres que piensan que su hijo debería tener un mejor padrino. Muchas veces los padres insisten en que el padrino habría de ser un familiar, o el mejor amigo, o un político reconocido, o un ricachón que pueda pagar luego la fiesta de quinceañera y la boda después. Claro que sí, si el candidato para ser padrino tuviese todas esas características, sería todo perfecto.

Muchas veces este habriaqueísmo sufre una desconexión con la realidad porque el padrino elegido puede que no haya completado sus sacramentos o que no viva una vida congruente con su fe. El habriaqueísmo debe tener en cuenta lo que hay en el derecho.

El Código de Derecho Canónico, canon 874 §1, provee que en la selección de los padrinos, es necesario que:

• haya cumplido dieciséis años;
• sea católico y que haya recibido todos los sacramentos del Bautismo, Confirmación y de la Eucaristía;
• lleve una vida congruente con la fe y con la misión que va a asumir;
• no esté afectado por una pena canónica, legítimamente impuesta o declarada; y
• no sea el padre o la madre de quien se ha de bautizar.

Por otro lado, hay un habriaqueísmo pastoral en las exigencias estrictas que se ponen para la selección de los padrinos. Con estas exigencias se pretende asegurar el futuro del niño bautizado. Pero a veces son tan altas que dificultan a los padres encontrar un padrino apropiado teniendo en cuenta la realidad de nuestro tiempo.

La responsabilidad de los padrinos se dirige hacia el futuro del bautizado. Durante el bautismo, lo que hacen es solamente la promesa de desempeñar la obligación de ayudar a los padres a educar al niño en la fe, para que guarde los mandamientos de Dios, ame al Señor y al prójimo, como Cristo nos enseña en el Evangelio. Así, los padrinos se comprometen realmente a ser ejemplares y así guiar al bautizado por el camino de fe. En ese momento, nadie podría comprobar el cumplimiento de lo prometido.

Lo que importa al final es bautizar al niño y no demorar ni omitir el sacramento por falta de padrino.

Francisco en Chile

Treinta años después del viaje pastoral del papa San Juan Pablo II a Chile, el actual papa Francisco emprendió su sexta visita a América Latina, esta vez visitando a Chile y Perú, entre el 15 y el 22 de enero pasados, y en circunstancias históricas, sociales y políticas distintas y siempre cambiantes, claro está. En aquella oportunidad, en 1987, por ejemplo, Chile estaba bajo el régimen militar y dictatorial de Pinochet, hoy viviendo un régimen de gobierno democrático.

Según su misión y estilo, el papa Francisco, para iluminar las mentes y los corazones de hombres y mujeres de buena voluntad, confirmar y animar la fe de los católicos, y ayudar a esclarecer —a la luz del Evangelio de Jesucristo— problemas de hoy, de los hombres y los pueblos por él visitados, presentó la Buena Nueva de Jesús con categorías actuales, muy próximas y muy cercanas al sentir y a las experiencias y urgencias más hondas, más íntimas y más actuales de la vida de cada auditorio.

El papa Francisco saluda a la multitud antes de la celebración de la misa en Playa Lobito, Chile, el 18 de enero.

Con emoción de católico y con el orgullo de ser chileno, con la alegría fresca del encuentro con Francisco y con gratitud a Dios por el privilegio de haber estado presente en este Viaje Apostólico como invitado especial por el gobierno chileno y la Iglesia, permítanme subrayar aquí, a modo de una apretada síntesis, los pensamientos, los temas e ideas fuertes y los momentos más importantes, en los discursos dirigidos por el papa Francisco al pueblo chileno, transcribiendo sus mismísimas palabras para conservarlas – tal cual fueron pronunciadas, sin interpretarlas ni cambiarlas, para nuestra reflexión y vida cristiana.

En el encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático en el Palacio de la Moneda en Santiago de Chile el martes, 16 de enero de 2018 el Papa recordó a todos los chilenos el reto que debe animar los días de esta nación en su presente y futuro próximo: “…un reto grande y apasionante: seguir trabajando para que la democracia y el sueño de sus mayores, más allá de sus aspectos formales, sea de verdad lugar de encuentro para todos. Que sea un lugar en el que todos, sin excepción, se sientan convocados a construir casa, familia y nación. Un lugar, una casa, una familia, llamada Chile: generoso, acogedor, que ama su historia, que trabaja por su presente de convivencia y mira con esperanza al futuro. Nos hace bien recordar aquí las palabras de san Alberto Hurtado: «Una nación, más que por sus fronteras, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua o sus tradiciones, es una misión a cumplir. Es futuro. Y ese futuro se juega, en gran parte, en la capacidad de escuchar que tengan su pueblo y sus autoridades»”. Y añadió el Papa: Escuchar especialmente:
•ALOS PARADOS, que no pueden sustentar el presente y menos el futuro de sus familias;
•A LOS PUEBLOS ORIGINARIOS, frecuentemente olvidados y cuyos derechos necesitan ser atendidos y su cultura cuidada, para que no se pierda parte de la identidad y riqueza de esta nación.
•A LOS MIGRANTES, que llaman a las puertas de este país en busca de mejora y, a su vez, con la fuerza y la esperanza de querer construir un futuro mejor para todos.
• A LOS JÓVENES, en su afán de tener más oportunidades, especialmente en el plano educativo y, así, sentirse protagonistas del Chile que sueñan, protegiéndolos activamente del flagelo de la droga que les cobra lo mejor de sus vidas.
• A LOS ANCIANOS, con su sabiduría tan necesaria y su fragilidad a cuestas. No los podemos abandonar.
• A LOS NIÑOS, que se asoman al mundo con sus ojos llenos de asombro e inocencia y esperan de nosotros respuestas reales para un futuro de dignidad. Y en este momento de su intervención, el Papa añadió una petición de perdón muy justa, necesaria y muy esperada por el pueblo chileno en esta visita apostólica: “Y aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza, vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia. Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir”.

Coronación de la Virgen María y el Niño Jesús, durante la Misa en la playa de Lobito en Iquique, Chile, el 18 de enero. (Foto CNS / Paul Haring).

En la Homilía de la Celebración Eucarística POR LA PAZ Y LA JUSTICIA en el Parque O’Higgins de Santiago de Chile el martes, 16 de enero de 2018 nos recordó que “las bienaventuranzas no nacen de actitudes criticonas ni de la «palabrería barata» de aquellos que creen saberlo todo pero no se quieren comprometer con nada ni con nadie, y terminan así bloqueando toda posibilidad de generar procesos de transformación y reconstrucción en nuestras comunidades, en nuestras vidas. Las bienaventuranzas nacen del corazón misericordioso que no se cansa de esperar. Y experimenta que la esperanza «es el nuevo día, la extirpación de una inmovilidad, el sacudimiento de una postración negativa» (Pablo Neruda, El habitante y su esperanza, 5) y añadió que “construir la paz es un proceso que nos convoca y estimula nuestra creatividad para gestar relaciones capaces de ver en mi vecino no a un extraño, a un desconocido, sino a un hijo de esta tierra”.

Durante su breve visita al Centro Penitenciario Femenino de Santiago, el Santo Padre recordó a las reclusas que “estar privadas de la libertad, no es sinónimo de pérdida de sueños y de esperanzas… Ser privado de la libertad no es lo mismo que el estar privado de la dignidad… Nadie puede ser privado de la dignidad”. Y además dijo que “la seguridad pública no hay que reducirla sólo a medidas de mayor control sino, y sobre todo, edificarla con medidas de prevención, con trabajo, educación y mayor comunidad”.

El mismo día martes 16 de enero y en el encuentro con los sacerdotes, religiosos/ as, consagrados/as y seminaristas en la Catedral de Santiago, los alentó a “renovar nuestro sí, con ganas, con pasión pero (de manera) realista, porque está apoyado en la mirada de Jesús”. Los invitó a orar diciendo: “La Iglesia que yo amo es la Santa Iglesia de todos los días… la tuya, la mía, la Santa Iglesia de todos los días… Jesucristo, el Evangelio, el pan, la eucaristía, el Cuerpo de Cristo humilde cada día. Con rostros de pobres y rostros de hombres y mujeres que cantaban, que luchaban, que sufrían. La Santa Iglesia de todos los días». Y terminó su intervención preguntándoles: “¿Cómo es la Iglesia que tú amas? ¿Amas a esta Iglesia herida que encuentra vida en las llagas de Jesús?”

En el encuentro y saludo del Papa con los obispos de Chile en la Sacristía de la Catedral de Santiago, les dijo que “la falta de conciencia de pertenecer al Pueblo fiel de Dios como servidores, y no como dueños, nos puede llevar a una de las tentaciones que más daño le hacen al dinamismo misionero que estamos llamados a impulsar: el clericalismo, que resulta una caricatura de la vocación recibida”.

El miércoles 17 de enero, en la Homilía de la Celebración Eucarística por el Progreso de los Pueblos en el Aeródromo Maquehue de Temuco, el Papa se dirigió especialmente a los miembros del pueblo Mapuche, así como también a los demás pueblos originarios que viven en estas tierras australes: rapanui (Isla de Pascua), aymara, quechua y atacameños, y tantos otros… Y en este aeródromo de Maquehue, en el cual tuvieron lugar graves violaciones de derechos humanos. Por lo que el Papa exhortó a la construcción – como artesanos – de la unidad y al reconocimiento de las culturas (originarias) sin violencia, diciendo que “la unidad pedida y ofrecida por Jesús reconoce lo que cada pueblo, cada cultura está invitada a aportar en esta bendita tierra” y que “no se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que despierta es mayor violencia y división. La violencia llama a la violencia, la destrucción aumenta la fractura y separación. La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa”.

En el encuentro con los jóvenes, en el Santuario Nacional de Maipú los exhortó a ser “los protagonistas del cambio. Ser protagonistas. La Virgen del Carmen los acompaña para que sean los protagonistas del Chile que sus corazones sueñan”. Y les recordó que “madurar es crecer y hacer crecer los sueños y hacer crecer las ilusiones, no bajar la guardia…” Además, les dijo “¡Cuánto necesita de ustedes la Iglesia, y la Iglesia chilena, que nos «muevan el piso», nos ayuden a estar más cerca de Jesús! Eso es lo que les pedimos, que nos muevan el piso si estamos instalados y nos ayuden a estar más cerca de Jesús”.

En la visita a la Pontificia Universidad Católica de Chile, el mismo miércoles 17 de enero pasado, recordó la importancia de la identidad, del ser y quehacer de la Universidad Católica para la convivencia nacional y la construcción de comunidad, diciéndoles que la construcción de convivencia “no es tanto una cuestión de contenidos sino de enseñar a pensar y a razonar de manera integradora. Lo que los clásicos solían llamar con el nombre de forma mentis”. Que la Universidad, en este sentido, tiene el desafío de generar nuevas dinámicas al interno de su propio claustro, que superen toda fragmentación del saber y estimulen a una verdadera universitas”.

Y añadió el Papa que hay que “buscar espacios recurrentes de diálogo más que de confrontación; espacios de encuentro más que de división; caminos de amistosa discrepancia, porque se difiere con respeto entre personas que caminan en la búsqueda honesta de avanzar en comunidad hacia una renovada convivencia nacional”.

Por último, en la homilía de la Eucaristía en honor a la Virgen del Carmen y en la Oración por Chile como saludo final en el Campus Lobito de Iquique, el jueves 18 de enero, el Santo Padre nos animó a todos a que “como María en Caná… estemos atentos a todas las situaciones de injusticia y a las nuevas formas de explotación que exponen a tantos hermanos a perder la alegría de la fiesta. Estemos atentos frente a la precarización del trabajo que destruye vidas y hogares. Estemos atentos a los que se aprovechan de la irregularidad de muchos migrantes porque no conocen el idioma o no tienen los papeles en «regla». Estemos atentos a la falta de techo, tierra y trabajo de tantas familias. Y como María digamos: no tienen vino, Señor”.

Después de esta riqueza profética del pontificado de Francisco en tierras chilenas no queda sino:

• Lamentar, si el amarillismo y el morbo mediático se enfocó voraz, desenfrenadamente, vulgar y comercialmente en el tema de los escándalos sexuales y en la persona de un obispo chileno acusado de proteger a un cura pedófilo; asunto que el mismo Papa desmintió saliendo en defensa del obispo y —como quedó señalado arriba— pidiendo el perdón respectivo. Amarillismo y morbo que en algunos momentos y sectores, entonces, pudo opacar y olvidar la riqueza e importancia del visitante y de su misión pastoral y evangelizadora.

• Esperar, con la construcción y el aporte activo y generoso de todos, que la semilla del Evangelio regada en nuestra patria chilena por Francisco dé en el porvenir cercano de nuestra amada nación frutos buenos y abundantes.

San Mateo, apóstol y evangelista

EN EL EVANGELIO de San Mateo 9,9 leemos: “Jesús vio a un hombre llamado Mateo en su puesto de cobrador de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Mateo se levantó y lo siguió”. La mirada y el llamado de Jesús le cambiaron la vida a este judío publicano. Dejó de ejercer un trabajo lucrativo, con ocasión de avaricia, opresión y extorsión, un trabajo repudiado por los judíos porque colectaba impuestos para los romanos.

Foto: commons.wikimedia.org
Foto: commons.wikimedia.org

A estos publicanos se los consideraba más infames y odiosos, como personas manchadas por su conversación frecuente y asociación con los paganos, y la esclavización sobre sus compatriotas. Los judíos les habían prohibido la participación en sus actividades religiosas y en todos los eventos de la sociedad cívica y de comercio.

Mateo, el hijo de Alfeo (Marcos 2,14) era un galileo, que después de aceptar la invitación de Jesús le ofreció un banquete en su casa en donde “un buen número de cobradores de impuestos y otra gente pecadora vinieron a sentarse a la mesa con Jesús y sus discípulos”. Esto provocó una protesta por parte de los fariseos a quienes Jesús reprendió con las siguientes palabras: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.

A Mateo se le menciona cinco veces en el Nuevo Testamento. Primero, en Mateo 9,9, cuando Jesús lo llama para que lo siga, y otras cuatro veces más en la lista de los apóstoles: en Lucas 6,15; Marcos 3,18; Mateo 10,3 y Hechos 1,13. También se lo menciona como Leví, “sentado al despacho de los impuestos”, en Marcos 2,14 y Lucas 5,27. En los tres Sinópticos, los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, se alude a la vocación de Mateo-Leví en los mismos términos.

En cuanto a su vida posterior, no se poseen datos exactos. San Ireneo nos dice que Mateo predicó el Evangelio entre los judíos; Clemente de Alejandría dice que lo hizo por quince años. Su Evangelio fue

escrito especialmente para los judíos que se convertían al cristianismo, probándoles que Jesucristo es el Mesías Salvador anunciado por los profetas y por el Antiguo Testamento. Por eso fue redactado en el idioma de ellos, el arameo.

A San Mateo se lo representa teniendo al lado un ángel en forma de hombre, porque su evangelio comienza haciendo la lista de los antepasados de Jesús como hombre, y narrando la aparición de un ángel a San José. Es el patrón de banqueros, contadores y fuerzas de seguridad. La Iglesia latina celebra la fiesta de San Mateo el 21 de septiembre; la Iglesia griega el 16 de noviembre.

San Mateo nos enseña a responder prontamente la llamada del Maestro, y seguirlo fielmente cada día. Tenemos la guía perfecta en su Evangelio. Nos enseña también que Jesús nos llama no porque seamos santos, sino porque nos ama. De nosotros depende la respuesta.

El misterio de Emaús

¿QUÉ PASÓ EN EMAÚS? Todos los cristianos pueden contarte la historia. La aprendieron hace muchos años. O, al menos, así lo creen. Te hablan, con una sonrisa en los labios, de lo astuto que fue el Señor al incorporarse a la pareja de caminantes. Pero aparentaba desconocer los acontecimientos de Jerusalén, pretendía seguir caminando y fingía no querer entrar en el mesón.

Illustraciones: Rafael Domingo
Illustraciones: Rafael Domingo

Son como tres intentos de simular hacer lo contrario que deseaba: pasar y no pasar; desconocer y conocer; entrar y salir. ¿Estaba Jesús jugando con los caminantes? Al final, le reconocen al partir el pan. Emocionados, vuelven corriendo a Jerusalén a contar lo ocurrido. ¿Nos tenemos que conformar con esta visión? ¿Hay algo más en este relato que debemos captar y que el Señor nos quiere decir? ¿Fue tan dulce compañero como nos lo presentan? ¿Quiso darnos algún mensaje especial, aparte de su revelación en el mesón?

La situación es extraña. Jesús se muestra como un despistado caminante nocturno y un desconocedor de las noticias públicas. De repente, él cambia a ser un maestro que exige e insulta. Para que no piensen que exagero, escribo literalmente las palabras de Jesús según el Evangelio: “¡Qué torpes son para comprender y que lentos están para creer lo que dijeron los profetas!”.

En otras palabras, de ser un desconocido minutos antes, ahora les injuria llamándoles torpes y lentos. Conociendo al Señor pensamos que un encuentro con él no puede terminar en un insulto. Y no terminó. Seguimos leyendo en el Evangelio la pregunta que los dejó desconcertados: “¿No tenía que ser así y que el Mesías (él mismo) padeciera para entrar en su gloria?”

Con ella les demuestra que él es el verdadero Maestro y ellos los discípulos. Buena táctica para prepararlos ante una gran revelación. Tenemos que agradecer a san Lucas que nos dejó escritas estas santas palabras del Señor: “Les interpretó lo que se decía de él en todas las Escrituras, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas”. 24,27.

Para entender esta frase hay que recordar que Jesús era judío y que solamente existía la Biblia judía (el Antiguo Testamento). El Nuevo Testamento se iría escribiendo muchos años más tarde. Pues bien, Jesús hace un alarde de su autoridad y de su sabiduría al proclamar que ya se hablaba de él muchos años antes de que naciera.

Pero vayamos por partes. La Biblia Hebrea (Antiguo Testamento) consta de tres grandes partes: Pentateuco, Libros Históricos y Libros Sapienciales. A estas tres partes hace referencia el Señor, cuando instruye a los dos caminantes. Moisés, autor del Pentateuco. Profetas, los libros históricos. Escrituras, libros de la Sabiduría.

Básicamente, Jesús les dice y nos dice, que en la Biblia judía se habla de él y mucho. No nos da una cita. Nos menciona las tres grandes divisiones del Antiguo Testamento. Quiere decir que las referencias son múltiples, andan escondidas en sus numerosas páginas. Hay que leerlas y estudiarlas si queremos saber más sobre el Señor. En definitiva, el relato de los caminantes de Emaús, entre otras cosas, contiene un nuevo incentivo para conocer al Señor, dirigido a todos los creyentes. Si quieres saber de él, lee la biblia. Así de claro. ¿Lee usted las tres secciones de la Biblia?

“Siempre mi corazón y mi mirada han estado en los hermanos de América Latina”

EL CARDENAL CARLOS OSORO, arzobispo de Madrid, estuvo de visita en Nueva York este verano. Lo habían invitado a dar una de las conferencias principales en la Cumbre Bíblica Católica de Nueva York y aprovechamos para entrevistarlo.

Fotos: Elimelec Soriano
Fotos: Elimelec Soriano

El Cardenal es un hombre cercano, cordial. Dice, y lo dice con convicción, que cuando le avisaron que el Papa había decidido hacerlo cardenal creyó que se trataba de una broma de mal gusto. Se dice que le gusta caminar por Madrid como cualquier hijo de vecino, viajar en el metro, conducir él mismo su auto.

Cinco minutos después de conocerme, cuando le mencioné que era cubano, me mostró una foto en su móvil: un amigo suyo, cubano también, acababa de tener un hijo y le había enviado la instantánea del bebé. A continuación nos sentamos y conversamos. Aquí tienen un extracto de esa charla.

Nuestra Voz: Eminencia, ¿por qué invitan al Cardenal de Madrid a Nueva York, a la Cumbre Bíblica Católica?

Cardenal Carlos Osoro: No sé por qué me han invitado, porque no soy biblista. Yo he trabajado fundamentalmente siendo profesor en Teología Pastoral. Pero, bueno, agradezco a quienes me han invitado, y la acogida que he tenido aquí, la hospitalidad de verdaderos hermanos.

NV: Bueno, le podría dar una razón: Más del 40% de las personas que van a misa hoy en Estados Unidos. ¿Siente orgullo de eso como Cardenal de Madrid? Porque, al final, es la huella evangelizadora de España, ¿no?

Cardenal Osoro: Yo siempre me he sentido muy a gusto, tanto con este 40 por ciento que vive en Estados Unidos, como con América Latina, a la que he querido de una forma especial. Siempre mi corazón y mi mirada han estado en los hermanos de América Latina, en los hermanos que están aquí en los Estados Unidos y que proceden de esos lugares, de esos países, ¿no?

Me he sentido muy a gusto, no sé por qué. Quizás porque, primero, he visto lo que supone la gesta de aquellos que salieron de España para anunciar el Evangelio… que en poquísimo tiempo un continente entero asumió la adhesión a nuestro Señor Jesucristo. Tenían que ser hombres excepcionales para poder hacer esto, ¿no? Pero hombres íntegros también, que convencían no solamente por las palabras que decían sino también por cómo vivían.

NV: Se cuenta que usted, ya siendo obispo, alguna vez visitó un club de mala reputación. ¿Cómo es la historia?

Cardenal Osoro: Pues mire, fue al comienzo de ser yo obispo, estaba en la Diócesis de Orense, en Galicia… y estaba haciendo la visita pastoral en Verín, que es una de las villas importantes de la diócesis.

Entonces por la mañana iba al hospital de la villa porque estaban los enfermos de todos los pueblos del alrededor, de todas las parroquias. Les daba la comunión o les visitaba, y al salir me encuentro con una chica —era una chica de América Latina—, que me dijo: “Padrecito, por favor, ayúdeme, ayúdeme. Que quiero marchar a mi país, y no me dejan marchar”. La escucho, me dice que no le daban el pasaporte. Y le digo: “Mira, ¿dónde estás? Me dice: “Yo trabajo en un club de carretera”. Y le dije: “Yo te prometo que voy a buscarte cuando termine la visita esta tarde”.

IMG_5727Hacia las 8:30 o 9:00 de la noche, yo aparecí por el club, iba vestido de obispo… Entré y pregunté por ella. Me dicen: “No está. Está arriba en su trabajo”. Y entonces el señor me dice: “¿Qué quiere usted?” Él estaba en la barra. Y digo: “Primero, quiero una cerveza porque voy a esperar a la chica; y segundo, quiero que me dé el pasaporte de esta chica porque se quiere marchar a su país”. Le sentó mal aquello. “Mire, no le quiero deshacer ningún negocio. Simplemente quiero que a esta chica, que se quiere marchar, le dé usted el pasaporte”.

En aquel momento bajaba ella por las escaleras, y me dijo, “¡Padrecito!” Y vio la luz la pobre, ¿no? Y entonces el otro señor se resistió pero, salió de la barra, entró a una habitación y me tiró el pasaporte. Yo cogí el pasaporte del suelo, y dejé a la chica ir adelante y salimos.

NV: Eminencia, quisiéramos que enviara un mensaje a los hispanos de Brooklyn y Queens, a los lectores de nuestro periódico.

Cardenal Osoro: En primer lugar que ya les quiero, porque tenemos un patrimonio común, que es una manera no solamente de hablar, sino de sentir y de expresar lo mejor que llevamos en esta vida. Y si son cristianos quienes me escuchan, lo mejor que llevamos es la vida de nuestro Señor, aunque tengamos deficiencias en el modo a lo mejor de vivir o de mostrar ese rostro del Señor.

Tenemos una fe y una adhesión a un Dios que no es un Dios extraño, no es un Dios de las nubes, no es un Dios que se ha acercado a la historia de los hombres. Es un Dios que se ha hecho hombre como nosotros. Es un Dios que haciéndose hombre nos a dicho quién es Dios, de verdad, quién es Dios para nosotros y quiénes somos cada uno de nosotros. Es lo más grande que nos puede haber sucedido: saber quienes somos. Qué maravilla. Pues felicidades a todos, yo agradezco el poder comunicarme con vosotros.

Y felicidades también porque tenemos una madre excepcional, la Virgen María, el ser excepcional más grande que ha existido. Una mujer que ha sido capaz de ponerse en camino, de salir al camino de la vida en medio de las dificultades, como nos narra el Evangelio, era un camino tortuoso y costoso, el que le llevó a ver a su prima Isabel. Pero una mujer que llevaba a Dios tan dentro de sí misma, quiso estar tan lejos a ver un niño que aun no había nacido, Juan Bautista, hizo irrumpir una palabras de reconocimiento de la verdad del ser humano a su prima Isabel. Cuando le dijo: “Dichosa tú que has creído, que lo que ha dicho el Señor se cumplirá”.

Dejadme decirles a vosotros esto: Dichosos vosotros que creéis que lo que dice el Señor se cumple, que Él es un Dios cercano, que nos acompaña, que nos quiere entrañablemente, que no nos esta midiendo por las medidas que nosotros medimos a los demás, nos mide con generosidad. Y nos da siempre un abrazo, estemos como estemos. Pero que maravilla, no? Que cuando uno siente el abrazo de Dios necesariamente no puede estar igual, tiene que cambiar necesariamente. Felicidades.

Yo, Daniel Blake

DANIEL BLAKE, un artesano carpintero de 59 años que vive la soledad de su reciente viudez, sufre un grave infarto.

Su cardiólogo le prohíbe trabajar, y debe depender, por primera vez en su vida, de la ayuda del estado. unnamed

El servicio de seguridad social, mediante la aplicación burocrática de un cuestionario, y sin consultar a su médico, lo declara apto para el trabajo y le exige, para recibir un subsidio, que busque activamente un trabajo que no existe en la ciudad atenazada por la crisis económica, y que su precaria salud tampoco le permitiría desempeñar.

Daniel deberá apelar ese dictamen absurdo, pero las deudas que se acumulan le obligan a cumplirlo.

Como nunca ha usado una computadora, enfrenta muchas dificultades para completar las solicitudes necesarias, que
ahora deben llenarse en línea, y choca continuamente con la obstinada rigidez de unos funcionarios que insisten en tratarlo como un caso y no como una persona.

En esos trajines conoce a Katie, una madre soltera que ha tenido que mudarse con sus dos hijos de Londres a Newcastle, la ciudad de Daniel, donde no conoce a nadie.

Daniel, que se da cuenta de que la situación de ellos es aun más precaria que la suya, los ayuda como puede, remendando las insuficiencias de su deteriorada vivienda, haciéndoles juguetes a los niños y tratando de proteger a Katie de la degradación moral que la acecha.

El ya octogenario realizador inglés Ken Loach, junto con su guionista habitual, Paul Laverty, nos entrega un nuevo drama de denuncia social, que ubica a sus personajes en el escenario de la Inglaterra industrial que conoce tan bien. Lo que pudo ser una maniquea aproximación al eterno tema del ciudadano enfrentado a la maquinaria del estado, se salva por la profunda humanidad de que Loach dota a este obrero humilde que se resiste a ser despojado de su dignidad, pero es capaz de hacer un alto en su propia lucha para ayudar a la joven madre que ha encontrado en su camino, tal como el buen samaritano del relato del Evangelio.unnamed-1

Es especialmente significativo que la película enfoque la situación del obrero privado de su trabajo sobre todo desde la perspectiva de la lesión a su dignidad humana, tan enfatizada por el papa Francisco. “Soy un ser humano” protesta Daniel en la declaración que escribe para su apelación y que lee Katie.

Yo, Daniel Blake le valió a Ken Loach su segunda Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2016, diez años después de ganar la primera con El viento que acaricia el prado (The Wind that Shakes the Barley, 2006). Yo, Daniel Blake ganó también el premio SIGNIS a la mejor película europea y el premio del público en los festivales de Locarno, San Sebastián, Estocolmo y Vancouver, entre otras cerca de 40 nominaciones y premios en diversos en festivales internacionales.