CIUDAD DE MÉXICO (CNS) — Un tribunal de la capital hondureña de Tegucigalpa dictaminó que Roberto David Castillo, exejecutivo de Desarrollos Energéticos (DESA), colaboró en el asesinato de la ambientalista y defensora de los derechos indígenas Berta Cáceres en 2016.
Cáceres lideró la oposición a la construcción de una presa en el río Gualcarque, que se consideraba importante para su pueblo Lenca. La empresa de Castillo estaba construyendo la presa. Cáceres fue asesinada en su casa en el occidente de Honduras.
Siete personas habían sido condenadas por participar en el ataque a Cáceres. Castillo fue inicialmente acusado de ser el autor intelectual del asesinato, pero el tribunal lo condenó por ser colaborador.
“Esta es una victoria popular del pueblo hondureño. Significa que las estructuras de poder criminal no lograron corromper el sistema de justicia”, tuiteó COPINH, la organización de derechos indígenas que fundó Cáceres, el 5 de julio.
✊🏽🔴Esta es una victoria popular del pueblo hondureño. Significa que las estructuras de poder criminal no lograron corromper el sistema de justicia.
Cáceres era bien conocida en Honduras por liderar la oposición a la deforestación y proyectos hidroeléctricos que amenazaban con desplazar a las poblaciones pobres y rurales. En 2015 ganó el Premio Goldman, considerado el Nobel por acciones ecológicas.
El padre jesuita Ismael Moreno Coto, quien conoció a Cáceres, dijo que la decisión de la corte “rompe una larguísima tradición, más bien, una tradición permanente, de impunidad”.
El padre Moreno, director de Radio Progreso, dijo que la “presión internacional”, junto con la intensa presión social en Honduras, logró el resultado de la condena.
“Si hay presión para llegar a estos niveles altos, uno puede creer entonces que el muro de impunidad se está cayendo”, dijo el padre Moreno el 6 de julio. “El juicio nos dice que finalmente se comienza a tocar a los intocables… quienes han comprado la justicia hasta este momento”.
El caso fue un acto raro de justicia en un país conocido por la impunidad, y donde los asesinatos de personas que protestan crímenes ecológicos y el despojo de tierras, a menudo quedan impunes.
Global Witness, una organización de derechos humanos, informó en marzo, con ocasión del quinto aniversario del asesinato de Cáceres, que “al menos 40 defensores de la tierra y del medio ambiente han sido asesinados en Honduras desde la muerte de Berta”.
Nelson Méndez nació en 1979 en Honduras y al cumplir 25 años tuvo que dejar su país tras ver amenazada su integridad y la de su familia debido al acoso de las pandillas, un flagelo que azota a varios países centroamericanos. En mayo de 2004 emprendió su viaje a los Estados Unidos y cinco meses después ya se encontraba en Nueva York.
“Llegamos con un saco de sueños queriendo sacudir los árboles porque se dice que aquí caen dólares, pero es mentira. Comencé a trabajar en la pintura en 2005 y ganaba $8 o $9 dólares la hora”, recuerda Nelson. Pronto supo que debía estudiar inglés si quería mejorar sus ingresos y sus oportunidades laborales. “Si no aprendo inglés pues me muero de hambre, y yo no podía darme ese lujo, porque tenía el compromiso de ayudar a mi madre y mis hermanitos”, cuenta.
Comencé en pintura y poco a poco se me abrieron más oportunidades hasta que en 2010 puse mi propio negocio. En el 2011 ya tenía una van blanca Ford 150, y al año siguiente tuve que ponerla en venta porque la situación era muy difícil. Pero de alguna manera Dios siempre está con uno. Ni modo, voy a tener que luchar”, decía.
“Me casé —hoy tengo dos niñas—, y a partir de ese año vi la mano de Dios, me comenzó a ir bien, y empezaba a agarrar contratos. A los cinco años ya me encontraba muy bien”, comenta Nelson quien en 2017 registró su negocio como una LLC y se dedicó a aprender inglés. Así nació su compañía Hamptons Pro Painting LLC.
“No ha sido fácil. Yo pienso que poniendo toda la humildad, escuchando a los demás y teniendo un corazón limpio se sale adelante”, afirma Nelson cuya compañía actualmente emplea a 18 personas.
La esposa de Nelson es beneficiaria del DACA y él tiene una solicitud de asilo en trámite, que espera por su seguridad y la de su familia, sea aprobada. En 2016 el Departamento de Bomberos de su cuidad abrió una convocatoria para reclutar voluntarios para los Servicios Médicos de Emergencia (EMS) y desde entonces eso conductor de ambulancia y espera recibir entrenamiento pronto para formarse como paramédico.
El fruto de su esfuerzo y su arduo trabajo en este país le ha dado a Nelson una familia, una casa, una estabilidad económica y la tranquilidad de haber logrado traer a su mamá y sus hermanos. Atrás quedaron los días en que solo tenían agua hervida, limón y un poco de azúcar para comer; un recuerdo de su infancia que le ha servido para no olvidar de dónde viene y para darle la mano a aquellos que, como él, buscan salir adelante para darle una mejor vida a sus seres queridos.
“Me siento muy afortunado y bendecido con las cosas que Dios ha hecho […] si en dado caso este país me dice que debo irme yo creo que los bendeciría de la misma manera en que los bendigo todos los días porque al menos habré salvado a mi familia”, asegura Nelson, cuyos servicios han sido contratados por celebridades de Hollywood y otras personalidades con grandes mansiones en el área de Los Hamptons.
NELSON MÉNDEZ Hamptons Pro Painting LLC
Instagram: @hamptonspropainting Tel: (631) 833-3678.
MCALLEN, Texas — El miércoles 21 de abril por la mañana, una madre embarazada y su hija pequeña hicieron fila para recoger ropa limpia en el Centro de Respiro Humanitario de Caridades Católicas del Valle del Río Grande. Mientras su hija le apretaba su mano derecha, la madre sostenía un gran sobre amarillo con su itinerario de viaje a Nueva Orleans en la izquierda. Esos sobres amarillos se podían ver en toda la instalación, mientras las familias se vestían, se duchaban, comían algo caliente y descansaban mientras esperaban que llamaran a su autobús por los altavoces para continuar su viaje en los Estados Unidos.
“En su mayor parte, están muy esperanzados. Porque lo lograron“, dijo la hermana Norma Pimentel, directora ejecutiva de CCRGV a Nuestra Voz sobre los migrantes que se encuentran en el centro. “Están adentro. Están a salvo. Van a ver a su familia. Esos son todos los sentimientos que ves en sus caras”.
Esas expresiones de esperanza vienen después de lo que, para muchos, fue una peligrosa tribulación hasta llegar aquí.
La madre y la hija mencionadas acababan de llegar de Honduras luego de salir del país a mediados de marzo. En una conversación con Nuestra Voz, la madre, que no fue identificada debido a su estatus migratorio, dijo que no tenía otra opción. “No hay trabajo. Estoy embarazada. Tenía que hacer algo para alimentar a mi hija”, dijo la madre.
Su viaje incluyó hambre, pocos recursos y, a veces, ni siquiera un refugio en el que quedarse. Una circunstancia en particular, dijo la madre, los dejó “traumatizados” y “aún con miedo de subirse a un automóvil”.
“Nos perseguían policías en México, y el conductor del vehículo simplemente despegó y nos persiguieron y chocamos contra un poste en un puente”, recuerda la madre con lágrimas en los ojos. “Yo estaba en la parte de atrás. El coche no tenía asientos. Cuando golpeamos, todos fuimos al frente y varias personas resultaron heridas. Me lastimé el hombro y las costillas”.
Otra madre con dos hijos pequeños, que tampoco fue identificada y que salió de Honduras el 1 de abril, le dijo a Nuestra Voz que además de no encontrar trabajo, el aumento de la delincuencia y la violencia eran otras razones por la que decidieron irse.
La madre describió su viaje como “difícil” y “triste” porque tenían que dormir en el piso y, a veces, afuera, lo cual era una situación difícil para ver a sus hijos. Pero el mayor peligro, dijo, eran las personas que los ayudaron a cruzar la frontera que “no actúan como seres humanos o están usando drogas”. “Estas eran las personas que nos estaban ayudando a llegar aquí. A veces encontramos gente agradable, pero muchas de ellas eran realmente peligrosas ”, dijo. “No me preocupo por mí, sino más por los niños”.
Estos son los tipos de historias en el Centro de Respiro Humanitario, que, dijo Pimentel, generalmente atiende de 200 a 300 familias al día. Tienen hijos menores de seis años o eran solicitantes de asilo en el otro lado de la frontera bajo la política de Protocolos de Protección al Migrante (MPP) de la administración Trump, que hizo que los migrantes esperaran en México hasta que se decidiera su caso, a quien la administración Biden empezó a dejar entrar al país.
También se admiten menores no acompañados, pero esos casos se entregan al Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE. UU. Además de esos grupos, todos los demás son expulsados.
Cuando una familia es admitida en el país, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los EE. UU. Los lleva a un sitio de prueba de COVID-19 a una cuadra del centro de descanso. Si dan negativo, van al centro. Si dan positivo, se les lleva a uno de los seis hoteles designados para casos positivos donde se quedan hasta que el resultado de la prueba sea negativo.
Por lo general, las familias solo están en el centro de relevo durante unas horas. Una vez que llegan, se registran con alguien en la recepción y llaman a su familia para hacer o verificar los arreglos de viaje.
Luego esperan la segunda llamada, que generalmente es de la familia o un anuncio de que ha llegado su autobús. Entre llamadas, las familias se ocupan de sus necesidades inmediatas: comida, ropa, higiene y descanso.
Antes de que CCRGV creara el centro de descanso, el edificio era un club nocturno, por lo que una barra larga y curva se encuentra en la parte trasera de la sala principal. Ahora es un bar de salud donde las familias pueden ver voluntarios que reparten artículos de tocador, medicamentos y otros artículos esenciales.
Otra cosa que brinda el centro de relevo es asesoramiento legal, para que las familias comprendan sus próximos pasos.
“No saben qué es lo que sigue, así que trabajamos con ellos, en lo que respecta a conseguir abogados que los ayuden a conocer sus derechos legalmente para que puedan hacer un seguimiento de eso”, dijo Pimentel. “[Nosotros] tratamos de asegurarnos de que hagan lo correcto una vez que se vayan”. Ambas familias que hablaron con Nuestra Voz sabían lo que vendría después. La primera se dirige a Nueva Orleans para ver a la tía de la hija. La segunda está de camino a Seattle para reunirse con su esposo y padre de su hija, quien encontró trabajo allí después de que huyó de Honduras hace cinco meses.
Ambos dijeron que valió la pena el difícil viaje hasta Estados Unidos.
“Realmente valió la pena. Valió la pena venir para acá, porque vamos a estar mejor”, dijo la segunda madre.
Cuando uno de ellos entra al cuarto, se siente la hermandad, la alegría, como entre familiares que no se han visto desde hace mucho tiempo. No parecería que un evento trágico de hace 40 años los une.
Felipe Tobar perdió a su tío, un hombre alto y tranquilo a quien “le gustaba ir a misa”. Miriam Ayala perdió a su hermana de 16 años con quien cantaba en una hamaca. A ella le dispararon ese mismo día y su cuerpo fue arrastrado por el río.
Cuando empezaron a reunirse hace casi 10 años —recuerda Julio Rivera— fue como si siempre se hubieran conocido, aunque para la mayoría de ellos, su historia en común fue sobrevivir una masacre donde más de 600 niños fueron asesinados o arrastrados a su muerte en un río por las fuerzas gubernamentales de El Salvador y Honduras, los dos países que atraviesa el cuerpo de agua conocido como el Sumpul.
Alguno de ellos, como Rivera, que apenas tenía 8 años en ese entonces, acompañado por su padre de 60, logró esquivar las balas y cruzar las aguas del Sumpul. Para entonces, su madre y todos sus hermanos habían sido asesinados; él y su padre eran los únicos sobrevivientes de la familia.
El lugar donde vivía la familia Rivera, en el departamento de Chalatenango, es una región rural en la parte más al norte de El Salvador, donde los funcionarios gubernamentales regularmente realizaban brutales ataques contra la población campesina, matando, violando y saqueando, con la justificación de que los residentes estaban involucrados en actividades subversivas o simpatizaban con subversivos.
La masacre del Río Sumpul no fue la única masacre que Rivera y otros del grupo lograron sobrevivir, solo que esta fue la más brutal.
Se dice que Chalatenango ha sido el escenario de más de 50 masacres parecidas durante el conflicto civil que duró 12 años en el país y casi todos los sobrevivientes chalatecos de la masacre del Sumpul perdieron familiares en otros ataques. La masacre del Río Sumpul, no obstante, es la más conocida en el departamento, aunque poco se habla de ella a nivel nacional porque —incluso en la actualidad— su lejana ubicación (en lo profundo de un área montañosa) hace difícil que muchos accedan al lugar donde ocurrió y donde se llevan a cabo las conmemoraciones cada año.
Los sobrevivientes cuentan que el 13 de mayo de 1980, un día antes de la masacre, cientos de soldados armados en el lado salvadoreño del río empezaron a invadir los pueblos alrededor del Sumpul, movilizando a los aterrados residentes hacia el río, hacia la zona desmilitarizada conocida como Las Aradas, un caserío en la ribera del río donde la gente regularmente acudía a buscar refugio.
Mientras tanto, los soldados del lado hondureño empezaron a rastrear en busca de salvadoreños que habían estado escondidos en la maleza cerca de su zona fronteriza, acorralándolos también hacia el Sumpul. A las 7 a.m. del día siguiente, cuando los soldados de ambos lados habían rodeado a un gran grupo de campesinos en un perímetro, los acribillaron. Algunos murieron por las balas, ya que el asalto incluyó un ataque desde dos helicópteros con soldados disparando desde arriba y miembros de un grupo paramilitar en el terreno, recuerdan los sobrevivientes. Algunas víctimas, incluyendo muchos niños, se ahogaron en el río porque no sabían nadar y se los llevó la corriente.
Cuando Rivera y su padre lograron esconderse entre la maleza cerca del río, su escondite se convirtió en un lugar de donde presenciar “la barbaridad de la masacre”, dice.
Recuerda que veía a los soldados ordenando a los hombres en fila y luego disparando contra ellos. Los niños eran arrebatados de los brazos de sus madres y algunos bebés lanzados al aire y asesinados con bayonetas cuando venían cayendo. Podían escuchar los gritos de las mujeres, llorando, pidiendo clemencia, diciendo: “mátenme a mí, pero no a nuestros hijos,” cuenta Rivera durante una entrevista con Catholic News Service (CNS).
Desde el lugar donde estaba escondido con su padre, dice que vio perros a la distancia y quedó horrorizado al notar que algunos estaban, junto a los buitres que descendieron sobre el río, mordiendo restos humanos.
“Todo aquello era muertos, muertos y muertos”, es lo que Rivera recuerda de ese día.
Cuarenta años después de la masacre, nadie ha sido llevado a la justicia por los crímenes.
“A veces me desmoralizo”, dijo Rivera, pero luego recuerda el sufrimiento de san Óscar Romero, el primer santo de El Salvador. El santo recibió un disparo mortal mientras celebraba la misa el 24 de marzo de 1980, siete semanas antes de la masacre.
“Los que tenemos fe, tenemos esa ventaja”, dice. “Nos agarramos de Dios fuertemente. Cuando uno lee el Evangelio y todo lo que vivió Jesús, todo lo que sufrieron los apóstoles, todo lo que tuvieron que pasar nuestros mártires como Monseñor Romero, entonces uno dice: Si ellos fueron capaces de salir adelante, yo también tengo que salir adelante. Si ellos pudieron superar todas esas dificultades con la ayuda de Dios, yo también puedo. Si ellos supieron sobreponerse a todas estas dificultades con la ayuda de Dios, yo también”.
Entonces la fe, “es un bastón fuerte en el que me apoyo”, dijo y “realmente me ayuda a sobreponerme a esta realidad”.
Sufrir le ha enseñado a poner en práctica la solidaridad, afirma. En un mal momento después de la masacre, Rivera recuerda que tenía tanta hambre que cuando encontraron unos pedazos de pan en la calle, le tiró algunos palos a una jauría de perros hambrientos para espantarlos, de modo que su padre y otras personas pudieran agarrar el pan para comer.
“Nos disputamos el pan con los perros y comimos con ellos”, dice. “No importa que estuviera sucio, ensalivado, revolcado en la tierra, pero teníamos hambre. Recuerdo la gran solidaridad, cuando no había comida y una vez, encontramos una laja de dulce, partirla con una piedra y compartirla con alegría, con alegría y con profunda satisfacción”.
Cuarenta años después, los sobrevivientes están contando con esa solidaridad y sus experiencias para exigir que los responsables comparezcan ante la justicia. Aunque su conmemoración anual fue pospuesta debido a la pandemia del coronavirus, estuvieron presentes en las redes sociales denunciando la verdad de lo que les sucedió a ellos y a sus seres queridos en el río ese 14 de mayo, tomando parte desde lejos en una misa que la Diócesis de Chalatenango transmitirá por radio.
“Es algo que ni uno se lo explica… el haber vivido una misma historia, el haber pasado un mismo Via Crucis, nos hacía sentir como que nos conociéramos desde siempre. Es algo bonito”, dijo Rivera. “Estamos convencidos de que si se olvida la historia, se olvidan todos los hechos que se cometieron, no cabe ni la menor duda que se vuelven a repetir”.
“Apostamos a la paz, apostamos a la justicia y eso implica saber toda la brutalidad que se vivió y apostar con todo para que esos hechos no vuelvan a cometerse… Estamos convencidos de que la reconciliación y la verdadera paz solamente son posibles si hay justicia y verdad, y eso es lo que intentamos conseguir”.
CIUDAD DEL VATICANO (Por Carol Glatz/CNS)—. Después de una investigación de presuntas irregularidades en la Arquidiócesis de Tegucigalpa, Honduras, el papa Francisco aceptó la renuncia del obispo auxiliar Juan José Pineda Fasquelle, de 57 años de edad.
El Vaticano anunció la aceptación de la renuncia el 20 de julio sin dar razones de la renuncia del obispo. La edad normal para la jubilación de los obispos es 75 años.
En una carta del 20 de julio y emitida a la prensa, el obispo Pineda escribió que había intentado servirle a su arzobispo, al clero, a los seminaristas y al pueblo de Dios. “Si lo logré, bendito sea Dios. Si fallé, pido perdón”.
Él escribió que las razones para su renuncia las conocen sus superiores y Dios.
El obispo Pineda dijo que hace varios meses le había pedido al papa Francisco que le permitiera renunciar. “Quisiera que todos estemos en paz”, él escribió.
El obispo dijo que usará su tiempo para la oración, la meditación, la formación personal.
Un comunicado de la arquidiócesis le agradece al obispo sus 13 años de servicio como obispo auxiliar y ofrece oraciones “por la nueva misión que se le ha confiado”.
El portavoz del Vaticano, Greg Burke, confirmó a fines de 2017 que el papa Francisco había ordenado una investigación de las presuntas irregularidades en la arquidiócesis, pero no ofreció detalles adicionales.
Algunos medios habían acusado al cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga de Tegucigalpa de usar inapropiadamente dinero recibido por la arquidiócesis de parte de la Universidad Católica de Honduras. El cardenal, miembro del Consejo Internacional de Cardenales del papa, es canciller de la universidad.
Un informe de la agencia italiana L’Espresso dijo que los periódicos locales de Honduras habían reportado que el obispo Pineda, diputado del cardenal, había tenido parte en el mal manejo de los fondos diocesanos.
El cardinal Rodríguez negó las acusaciones y dijo en diciembre que el obispo Pineda le había pedido al papa una visitación apostólica “para poder limpiar su nombre”.
El semanario estadounidense National Catholic Register ha reportado que obtuvo algunos de los testimonios que dos ex seminaristas, quienes acusaron al obispo de seria mala conducta sexual, le dieron a un investigador del vaticano.
El obispo Pineda, nacido en 1960, entró a la orden religiosa claretiana y fue ordenado sacerdote en 1988. El papa Benedicto XVI lo nombró obispo auxiliar de Tegucigalpa en 2005.
WASHINGTON (Por Rhina Guidos/CNS) — Recorrer los pasillos del Congreso de Estados Unidos es una de las últimas cosas que el padre jesuita Ismael Moreno Coto imaginó que tendría que hacer en sus funciones de su vida sacerdotal.
“Si yo no tuviera que venir, no vengo nunca”, dice el sacerdote hondureño, conocido popularmente como el padre Melo, durante una entrevista con Catholic News Service el 17 de mayo en el Capitolio de Estados Unidos, donde estuvo hablando con legisladores estadounidenses tratando de detener la ayuda militar al país centroamericano. Padre Melo considera que ese dinero contribuye a un gobierno que no solo reprime a sus ciudadanos, sino que no hace nada para detener los problemas socioeconómicos del país.
Esos problemas son la causa del continuo flujo de hondureños que buscan escapar del caos y dirigirse al norte, así que si los EEUU quiere que la inmigración pare, hay que parar el flujo de dinero a un gobierno que está empeorando esas condiciones, dijo.
La gente no emigra porque está de moda, dijo el padre a CNS, sino porque las condiciones sociales en Honduras han deteriorado.
“¿Por qué la gente se va (de Honduras)?”, pueden preguntarse algunos, dijo. “No es porque ellos quieren, sino porque se ven obligados a hacerlo”.
Muchos en Honduras, el segundo país más pobre en América Central, están desempleados o subempleados, son víctimas de extorsión y violencia de pandillas, han sido desplazados de sus casas en las zonas rurales por proyectos mineros e hidroeléctricos y otros están huyendo de un gobierno represivo, seguró el padre Melo.
“No encuentran alternativas económicas de empleo y entonces buscan el camino a Estados Unidos sin importar los riesgos y los peligros”, dijo. “No les importa si dicen que (el presidente estadounidense) Trump ha tomado nuevas medidas y nuevas leyes o que digan que el muro se ha hecho mucho más fuerte y se ha militarizado la frontera. No. Le decisión de fortalecer la frontera y la decisión de aprobar nuevas leyes no cambia la decisión que ya ha tomado la población de salir del país. Lo que aumenta es el peligro, las muertes de los migrantes en el camino, pero no cambia la decisión”.
El padre Melo se reunió con compatriotas hondureños que viven en el exterior, durante una visita de una semana en mayo a 10 ciudades en Estados Unidos que incluyó reuniones con inmigrantes amparados por el Estatus de Protección Temporal (TPS), un programa de inmigración que les facilitó a unos 57, 000 hondureños permisos de trabajo renovables y aplazar la deportación. La administración Trump anunció a principio de mayo que las protecciones para los hondureños terminarían al comienzo del 2020.
Según el sacerdote jesuita muchos están “preocupados por el miedo de regresar a Honduras, porque tienen miedo de la violencia, miedo de la represión”, según supo luego de las reuniones que ha tenido con sus compatriotas en Estados Unidos. Compartió esos comentarios con los legisladores estadounidenses, a los que pidió que encuentren una solución para mantener a sus compatriotas en los Estados Unidos hasta que mejore la situación en su país. Si no, habrá consecuencias que también afectarán a este país, dijo.
“Lo que les dije es ‘prepárense para recibir más migrantes'”, si las condiciones en Honduras continúan deteriorándose, dijo.
“Los migrantes que vienen aquí (a los EEUU) no son delincuentes, sino gente pobre a la que se les cerró la oportunidad de vivir con dignidad en Honduras”, agregó el padre. “No son ni delincuentes ni terroristas ni narcotraficantes, y peor todavía, no son animales, como les llamó Trump. Es un pueblo que está desesperado, es un pueblo que se ha visto obligado a emigrar”.
EEUU ha estado apoyando a un grupo de hondureños que controlan el gobierno, quienes “son productores de pobreza”, según el sacerdote.
Por su franqueza, el padre Melo ha obtenido fama internacional como defensor de los derechos humanos, pero también se ha convertido en un blanco de agresiones. En enero, la Compañía de Jesús decidió denunciar públicamente “las graves amenazas” contra él, temiendo un ataque era inminente.
“Ni deseo, ni busco una muerte violenta”, le dijo a CNS. “Quienes me conocen saben que no busco que me maten. Yo quiero mucho la vida”.
El padre Melo escapó por un pelo de ser asesinado cuando dos de sus amigos, Berta Cáceres —activista hondureña defensora de las causas indígenas y medioambientales— y el ambientalista mexicano Gustavo Castro Soto, fueron agredidos a disparos durante la noche del 2 de marzo del 2016. Castro estaba de visita para un taller, hospedado en la casa de Cáceres en la ciudad de La Esperanza. Cáceres había llamado al padre Melo ese día para invitarlo a visitarlos para que pudiera pasar tiempo con Castro, su amigo mutuo.
“Véngase, Melo, véngase para que estemos con Gustavo” fueron algunas de las últimas palabras que ella le dijo, pero el padre Melo rehusó la invitación esa noche porque estaba demasiado cansado tras regresar de Nicaragua. Cuando despertó a las 4 de la mañana siguiente, vio un montón de mensajes en su teléfono y entonces recibió una llamada de un amigo.
“¿Ya sabe la noticia? Dicen que mataron a Bertita”, dijo, recordando lo que le dijeron por teléfono. “Yo respondí: ‘¿Estás seguro?’ Fue una noticia muy traumática. Éramos muy amigos”.
Cuando Cáceres visitaba la municipalidad de El Progreso, Honduras, donde él vive, ella se quedaba en casa de la madre del padre Melo o en la residencia de su comunidad religiosa. El sacerdote ha responsabilizado a menudo públicamente al gobierno por su muerte ya que ella se oponía a proyectos con respaldo gubernamental en la zona que estaban desplazando a comunidades indígenas y rurales.
Cáceres con frecuencia salía al aire en Radio Progreso para denunciar lo que ella consideraba injusticias contra los pobres e indígenas. Fue una de las dos personas asesinadas en los últimos cuatro años vinculadas con la estación radial y un centro de derechos humanos afiliado, pero muchos otros han sido amenazados, dijo el padre Melo.
“Me preocupa no solo la vida mía, pero también la vida de mis compañeros y compañeras. Somos 58 personas en la estación de radio”, contó. “Por eso he venido a Estados Unidos, a hablar de Honduras, del trabajo nuestro. Tengo la responsabilidad de proteger a quienes están luchando por los derechos humanos y la libertad de expresión”.
Las amenazas no son solo físicas sino que abarcan una campaña de desinformación contra él, sus colegas y su trabajo, dijo el padre.
Se han presentado acusaciones de porte de armas, planes de derrocar al gobierno y desorden público contra hondureños que han hablado en contra del presidente Juan Orlando Hernández y lo que ellos llaman su gobierno “ilegítimo”.
Aun cuando la constitución de Honduras limitó su presidente a un solo periodo de seis años, Hernández buscó y arrebató un segundo término al final del año pasado y empezó ese segundo término bajo una nube de críticas y demandas de renuncia. Algunos de esos críticos han sido encarcelados.
El padre Melo se ha manifestado en contra de esas detenciones y habló del asunto con los legisladores estadounidenses y el Departamento de Estado de Estados Unidos pidiendo ayuda para liberarlos.
Sus acciones en nombre de los hondureños no son sin motivos egoístas, dijo, admitiendo su miedo, no solo por lo que le pudiera suceder algo a él sino también a aquellos cercanos a él y de los que es responsable.
“De por medio están nuestras vidas, son las que están en peligro”, dijo.
Washington —. Tras seis meses de prórroga, el gobierno estadounidense anuncio finalmente el fin del Estatus de Protección Temporal (TPS) para Honduras y dictó un periodo de 18 meses a sus 55,000 beneficiarios para que regresen a su país o busquen otra vía para resolver su situación migratoria.
En un comunicado, el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos señaló que las secuelas del huracán Mitch, que sirvieron de base para la designación del TPS ya prácticamente no existen y que los beneficiarios tendrán hasta el 5 de enero de 2020, para buscar una solución migratoria o regresar a su país.
En 1999, el presidente Bill Clinton otorgó el TPS a los hondureños que ya estaban en Estados Unidos debido a la destrucción causada por el huracán Mitch. Hoy, defensores de los derechos civiles recalcan que la amenaza actual en Honduras es peor e inminente.
“Despojar del estatus legal a los hondureños beneficiado bajo el TPS es cruel e inhumano. Honduras se ha visto gravemente afectada por los conflictos de Centro América – es importante notar que el 80% de la gente que constituye la caravana ‘viacrucis’ de refugiados proveniente de Centro América son de Honduras”, dicta un comunicado de la Alianza Nacional del TPS en su página web.
“Es una parodia que mientras tenemos familias centroamericanas pidiendo asilo en la frontera mexicoamericana, para proteger sus vidas y futuro, la administración de Trump cancele la protección a la deportación de decenas de miles de familias hondureñas, señaló Jorge Mario Cabrera, de la Coalición pro Derechos Humanos de Inmigrantes (CHIRLA).
La secretaria de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen, determinó que la fecha de vigencia retrasada de 18 meses permitirá una transición ordenada antes de que termine la designación del 5 de enero de 2019.
Se informó que los hondureños amparados actualmente por el TPS deberán registrarse nuevamente y solicitar documentos de autorización de empleo para trabajar legalmente en Estados Unidos hasta que finalice el programa el 5 de enero de 2020.
En los últimos seis meses, Nielsen ha acabado con el TPS para 195,000 salvadoreños, 50,000 haitianos y 9,000 nepalíes, con periodos de entre 12 y 18 meses para que regresen a sus países o busquen otras alternativas.
EL 5 DE MARZO DE 1948 en Brooklyn nació monseñor Neil Tiedemann. Es el tercero de cuatro hermanos, dos hombres y una mujer. Brooklyn es el lugar más arraigado en su vida, no solo porque allí nació, también porque en ese condado ha pasado la mayor parte de su sacerdocio y porque sus abuelos y bisabuelos se casaron en parroquias de Brooklyn. “Mis abuelos se casaron en la Parroquia de la Visitación: allí fue bautizado mi abuelo y en esa parroquia se casaron sus padres en 1883”.
Monseñor Tiedemann estudió la primaria en Santa Caterina de Siena, en Franklin Square, y la secundaria la hizo en el Seminario de los Pasionistas (Holy Cross H.S. Seminary) en Dunkirk, Nueva York.
“A los 14 años, cuando era monaguillo, los Pasionistas venían cada semana a mi parroquia, nos invitaron al monasterio para estar con los grupos. Un día me llevaron al seminario y yo estaba tan impresionado que decidí que quería ser como ellos”.
Cuando le contó a sus padres el deseo de seguir la vida sacerdotal, ellos estaban felices. “Después fui a la Universidad de La Salle en Filadelfia, luego hice el noviciado en La Sagrada Familia en West Hartford en Connecticut y la teología la estudié en St. John’s University”.
El 16 de mayo de 1975 fue ordenado sacerdote por monseñor Francis Mugavero, entonces obispo de Brooklyn, en la parroquia Inmaculada Concepción en Jamaica.
“Dos semanas después de mi ordenación fui a Bolivia a estudiar español. La Diócesis de Brooklyn me envió junto a otros sacerdotes. Después regresé y trabajé en la parroquia Inmaculada Concepción y con Caridades Católicas”.
Fue enviado a San José y San Miguel en Union City, Nueva Jersey; después estuvo en la parroquia Santísimo Sacramento en Springfield, Massachusetts, luego fue a Tegucigalpa, Honduras. Regresó a la parroquia la Visitación en Brooklyn, y volvió nuevamente a Honduras. “En 2006 fui elegido para el Consejo Provincial de los Pasionistas y en 2008 el papa Benedicto XVI me nombró como obispo de Mandeville, en Jamaica, donde estuve por ocho años”.
Monseñor Tiedemann recuerda con una gran sonrisa el momento cuando le notificaron que el papa Benedicto XVI lo había nombrado obispo. “Fue una sorpresa. Yo pensé que era una broma hasta que el Nuncio de Trinidad y Tobago me llamó y me dijo que el Papa quería nombrarme obispo. Le dije: «Yo no sé quién eres, pero esto no es un chiste ni una broma». Él me dijo: «Sé que no es un chiste, ni una broma. Yo soy el Nuncio, y el Santo Padre quiere nombrarte obispo»”.
“Jamaica es muy especial, lo que pasa es que la mayoría de las personas no son católicas. No es como en Honduras o Brooklyn que hay una gran cultura católica. En realidad, es una minoría la que es católica y la Diócesis donde yo estaba era muy rural. Hicimos mucho trabajo pastoral”.
En mayo de 2016 el papa Francisco lo nombró obispo auxiliar de Brooklyn. Monseñor Neil Tiedemann volvía así a casa. “Después de vivir tantos años fuera de mi mundo, volver a Nueva York y a Brooklyn fue algo muy especial porque más de la mitad de mi sacerdocio lo he hecho en Brooklyn”.
Cuando no está trabajando, al obispo auxiliar y párroco de San Matías en Ridgewood, Queens, le gusta caminar. “Paso mucho tiempo caminando y leyendo. Me gusta leer novelas, historia, biografías. Me fascina lo que hacía el padre Robert Lauder: él tenía el programa de las novelas católicas durante Cuaresma, pero hace 15 años atrás tenía el mismo programa de novelas y películas católicas”.
Es fanático de los Mets y los Jets y aunque hace rato no ve campeón a sus equipos, disfrutó mucho ver a los Mets en la Serie Mundial de 2015.
“Ser sacerdote es un privilegio y un don”, dice monseñor Tiedemann. “Uno puede entrar en la vida de otras personas, compartir su corazón, sus tristezas y sus alegrías. Es vivir muchas vidas, es participar en ellas y ver cómo la comunidad va creciendo. Por ejemplo, hace poco confirmé a una niña en San Atanasio y yo la había bautizado en la Visitación 14 años atrás”.
LOS ORÍGENES de esta comunidad parroquial se remontan a 1921 cuando el padre Thomas Numney, párroco del Santo Niño Jesús en Richmond Hill, Queens, solicitó al entonces obispo de Brooklyn, monseñor Charles Edward McDonnell, la aprobación para la construcción de una nueva parroquia a fin de atender las necesidades de la creciente comunidad católica en Richmond Hill y parte de Jamaica y Kew Gardens.
En ese entonces, la población de esta área era principalmente de origen alemán, irlandés e italiano. El párroco asignado fue el padre John J. McEnearney y gracias a su liderazgo en 1922, bajo una carpa ubicada en la esquina de la 36 Street y Hillside Avenue, comenzó a escribirse la historia de Nuestra Señora del Cenáculo.
La primera misa se celebró en mayo, bajo aquella carpa que estaba conectada con la entrada de la rectoría. En invierno los feligreses abandonaban la carpa y asistían a la Eucaristía en Columbia Hall, un salón en Jamaica Avenue con 122 Street.
Lamentablemente en junio de 1923 una tormenta destruyó la carpa, de modo que dos meses después comenzaron los trabajos para construir la iglesia, la cual estuvo lista en diciembre, a tiempo para celebrar la misa de Navidad.
Una década después del fin de la Gran Depresión en los Estados Unidos, comenzó a planearse la apertura de la escuela parroquial de Nuestra Señora del Cenáculo, proyecto liderado por el padre Philip Dillon, su primer vicario parroquial. El 11 de septiembre de 1950 la escuela abrió sus puertas bajo la dirección de las Hermanitas de la Caridad de Halifax. Tras el deceso del párroco fundador, el padre Philip Dillon fue asignado para reemplazarlo el 28 de junio de 1955. Fue párroco allí hasta su retiro en 1968.
A finales de junio de 1968 el padre José Stapleton fue nombrado nuevo párroco. Él construyó la nueva rectoría y formó el consejo pastoral, lo cual ayudó a estar más al tanto de las cambiantes necesidades de la comunidad. Entre esas necesidades estaba la de celebrar una misa en español.
Al respecto el padre Michael Lynch, párroco actual, explica que “a finales de los años noventa, para responder al creciente y cambiante grupo demográfico de nuestro barrio, los sacerdotes que hablaban español como lengua primaria fueron asignados al Cenáculo. En particular, el padre Pablo Sans, quien todavía está aquí como sacerdote retirado”. El párroco se refirió también al padre Carlos Valencia, al padre David Espinoza y al padre Adnel Burgos. En 1995 la parroquia fue rededicada y renovada para garantizar el acceso seguro y libre movilidad de todos los feligreses, sobre todo los discapacitados; una iniciativa que le valió un premio y reconocimiento nacional.
El padre Lynch destacó el ministerio del padre Robert Morales, que fuera párroco del Cenáculo de 2005 a 2011, quien “pastoreó a la parroquia a través de los tiempos de escasez y otros cambios en el vecindario.
Con el cierre de la escuela en 2009, el padre Morales logró asegurar un inquilino a largo plazo para el edificio de la escuela, asegurando la viabilidad de la parroquia”.
El padre Michael Lynch fue asignado en enero de 2016 como administrador parroquial de Nuestra Señora del Cenáculo y es su párroco desde el pasado mes de junio. El inglés es su lengua materna y, aunque él cree lo contrario, habla muy bien español.
A principios de la década de los 70’s comenzaron a llegar inmigrantes de Puerto Rico, República Dominicana, Ecuador, Honduras, Salvador, Guatemala, México y Colombia, entre otros países. Actualmente, según el padre Lynch, la comunidad hispana representa el 70 por ciento de la parroquia, mientras que el porcentaje restante son de Italia, Irlanda, Alemania, Filipinas, África y las islas del Caribe principalmente.
“Nuestra misa con mayor asistencia es la del domingo en español a las 10:00 a.m. y mientras los padres están en misa sus hijos están participando de nuestro programa de educación religiosa. Luego los niños vienen a misa en inglés a las 11:30 a.m.”, explica el párroco, quien además le encanta servir allí, pues como él dice: “la comunidad hispana es muy acogedora”.
Cada domingo los feligreses se organizan y brindan un almuerzo a todos, una oportunidad para compartir en familia y entre hermanos. El padre Lynch resalta la gran disposición y participación de los fieles de su comunidad en la vida parroquial y en los grupos como el V Encuentro, Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús, Novena Medalla Milagrosa y Sagrada Familia, entre otros. “Nuestro programa de formación de fe es totalmente funcional los domingos. Nuestros cursillistas prosperan, nuestro grupo de oración Canta Alabanza y nuestro grupo juvenil Vida en el Espíritu crecen. Nuestras diversas comunidades se reúnen bajo el lema de la parroquia: Muchas culturas, una sola fe”, afirma el párroco.
SEGURAMENTE si en su familia hay una persona que cumple o está cerca de cumplir 90 años, estarán preparándole una gran celebración. Eso fue lo que hicieron los feligreses, sacerdotes y el equipo pastoral de la parroquia Nuestra Señora del Cenáculo para celebrar los 90 años de vida del padre Pablo Sans.
El pasado 11 de junio se ofreció una misa en español y se brindó un almuerzo para celebrar el cumpleaños del padre Sans, quien nació el 6 de junio de 1927 en Sencelles, un municipio en Mallorca, España.
Es el cuarto de cinco hermanos. A los 11 años entró al Seminario Menor, a los 16 años fue a Cataluña para el noviciado. Se ordenó sacerdote el 15 de marzo de 1953 y ese mismo año viajó a Honduras.
En abril de 1953 llegó al Seminario Interdiocesano de San José en Tegucigalpa. Allí estuvo hasta 1961 cuando fue enviado a la Catedral de San Pedro Sula. “En 1963 regresé a España después de diez años de no estar en mi país”, cuenta el padre Pablo Sans.
En 1963 fue asignado a Monserrat Mission Chapel en Brooklyn, un año después llegó a la parroquia de San Pedro también en Brooklyn. En 1965 regresó a España donde estuvo dos años, en 1967 regresó a Estados Unidos, esta vez a Filadelfia, a la parroquia Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa.
En 1968 volvió a la parroquia San Pedro. Allí bautizó a un niño que años después se haría sacerdote como él. “Yo bauticé a monseñor Anthony Hernández, actual canciller de la Diócesis. Fue en la parroquia de San Pedro en Brooklyn en 1968”. Cuatro años después llegó a la parroquia San Gabriel en Brooklyn y el 7 de julio de 1977 fue incardinado en la Diócesis de Brooklyn. “Fue algo que llenó de mucha alegría mi sacerdocio, estaba muy contento”, explica el padre Sans.
Siendo ya sacerdote diocesano fue asignado en 1979 a la parroquia Santa Inés en Brooklyn. En 1981 lo trasladaron a la parroquia Nuestra Señora de los Dolores en Corona, Queens, y en 1992 fue enviado a la parroquia Santa Rita en Long Island City.
El 13 de octubre de 1993 llegó a la parroquia Nuestra Señora del Cenáculo en Richmond Hill en Queens. Allí ha estado por 24 años y hoy sigue tan activo como cuando era párroco o vicario parroquial en algunas de sus anteriores asignaciones.
“Tengo un gran recuerdo de todos los lugares donde he ejercido mi sacerdocio, las personas siempre han sido muy queridas conmigo”, recuerda emocionado el padre Sans. El padre Sans estaba muy agradecido por la celebración de sus 90 años, allí pudo sentir nuevamente el amor y la admiración de la comunidad.
Al padre Sans le encanta la fotografía, que fue por años uno de sus pasatiempos favoritos, igual que tocar el piano y ver programas deportivos en la televisión. Es un gran fanático del Real Madrid, y celebró la victoria del equipo en la Champions League, consiguiendo la duodécima copa. “Admiro mucho a jugadores como Raúl, Cristiano Ronaldo, Zidane y Di Stéfano”.
“Sigo trabajando, activo, como si no me hubiera retirado”, dice mientras nos cuenta que viajaría a Honduras para visitar Tegucigalpa, San Pedro Sula y Siguatepeque hasta el final de julio. “Allí me quedo en la casa de una familia que yo casé y bauticé a sus hijos”.
Su país siempre está en su corazón. “Todos los años voy a España, en agosto iré y regresaré el 2 de octubre”. Sin embargo agrega, “me gusta mucho Nueva York, aunque ya no voy a Manhattan, prefiero la tranquilidad de este vecindario”.
“Él es un hombre extraordinario, un gran ejemplo. Ha hecho grandes amigos aquí en la parroquia y en la comunidad, él bautizó a muchos niños, luego casó a algunos de ellos. Ha estado junto a las familias en los momentos felices como en matrimonios o en los tristes como en los funerales. Las personas vienen a confesarse con él porque ha sido parte de la vida de muchas de ellos. Él es muy devoto a la Iglesia y a las personas de esta parroquia, todos lo queremos mucho, es el abuelo de todos en la parroquia”, dice el padre Michael J. Lynch, párroco de la parroquia Nuestra Señora del Cenáculo.