Recuerdo que cuando era niño, muy a menudo, creo que generalmente los sábados, recibíamos en mi casa la visita de miembros de otras confesiones religiosas quienes llamaban a la puerta de nuestro hogar Biblia en mano y con tozuda insistencia nos invitaban a leer algún pasaje de la escritura.
Muchos de ellos eran muy respetuosos; otros en cambio no tanto, y no faltaban los que inmediatamente nos tildaban de “idólatras”: “¿Por qué usted tiene imágenes si la Biblia lo prohíbe?”, decían, señalando un pasaje bíblico que a la sazón ya tenían preparado de antemano.
“No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian” (Ex. 20,4-5).
Hay muchos católicos que frente a esta objeción no saben cómo responder.
Yo recuerdo la respuesta simple y directa de mi madre: “¡¿Cómo?! ¿Yo idólatra? ¿Usted piensa que soy tan boba que voy a creer que Dios es una foto o un pedazo de madera? ¡Yo no adoro imágenes!”, decía ella… ¡y decía muy bien! La verdad es que los católicos no adoramos imágenes pues sabemos que Dios y la Iglesia lo prohíben.
Baste como ejemplo las palabras del Concilio de Nicea que en el año 787, hablando de la adoración de las imágenes, dice que “no está de acuerdo con nuestra fe, que propiamente da adoración a la naturaleza divina, aun cuando haya gestos que tengan apariencia de adoración, como aquellos con los que se honra la figura de la vivificante cruz o los libros santos de los evangelios así como otros objetos sagrados”.
Lo mismo enseña el catecismo de la Iglesia (Cfr.CIC nn. 1159-1162). ¿Cómo se responde entonces aquella objeción?
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Si prestamos atención al contexto del pasaje bíblico del Éxodo citado, notaremos que Dios está prohibiendo el pecado de idolatría, pues en el versículo anterior (v.3) lo dice con claridad: “No habrá para ti otros dioses delante de mí” es decir, hacer una imagen y proclamarla “Dios”.
Esto fue lo que hicieron los israelitas con el becerro de oro en el desierto: “Este es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de la tierra de Egipto” (Ex. 32,4). Dios, por lo tanto, prohíbe fabricar imágenes con fines idolátricos, es decir, para ser adoradas, pero no prohíbe que tengamos imágenes que nos recuerden la “veneración” a quienes amamos: ¡Dios y sus santos! ¿Cómo podemos demostrar esto con la Biblia?
Pues basta continuar con la lectura del libro del Éxodo, que apenas cinco capítulos después de la prohibición de hacer ídolos, nos muestra a Dios mandando positivamente a fabricar imágenes, en este caso de ángeles, para ser colocadas en el Arca de la Alianza: “…dos seres alados de oro labrado a martillo en los dos extremos, haz el primer querubín en un extremo y el segundo en el otro. Los querubines formarán un cuerpo con el propiciatorio, en sus dos extremos. Estarán con las alas extendidas por encima, cubriendo con ellas el propiciatorio, uno en frente al otro, con las caras vueltas hacia el propiciatorio” (Ex 25,18-20).
Más adelante Dios manda, por medio de Moisés, fabricar otra imagen, esta vez la imagen de la serpiente de bronce: “hazte una serpiente como ésas y ponla en el asta de una bandera. Cuando alguien sea mordido por una serpiente, mire hacia la serpiente del asta, y se salvará” (Núm. 21,8-9).
También vemos que David entregó a Salomón, su hijo, un plano en el que se detalla: “para el altar del incienso, oro acrisolado según el peso; asimismo el modelo de la carroza y de los querubines que extienden las alas y cubren el arca de la alianza de Yahveh. Todo esto conforme a lo que Yahveh había escrito de su mano para hacer comprender todos los detalles del diseño” (1Cro 28,18-19).
Y hasta el profeta Ezequiel (41,18) describe imágenes grabadas en el templo: “estaban cubiertos de grabados alternados de seres alados y palmeras”.
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¿Ya ven? ¡Dios permite y hasta manda a fabricar imágenes! Y todo esto porque nosotros necesitamos de imágenes para recordar a quienes amamos y porque nos ayuda a unirnos a esa persona.
Así como guardamos las fotos de nuestros familiares, también tenemos “imágenes” o esculturas de Jesucristo y sus santos amados. Nadie piensa que su madre “es” la foto.
Ningún católico piensa que una imagen “es” Dios. Por eso debemos responder esta acusación tajantemente: ¡Nosotros los católicos no adoramos imágenes, no somos idólatras!
¡Nosotros “veneramos” las imágenes, pues nos recuerdan a aquellas personas que amamos y a quienes deseamos dar nuestro corazón!
Dios prohíbe fabricar imágenes para ser adoradas como ídolos, pero no que tengamos imágenes que nos recuerden la veneración a las personas que amamos entre las que están en primer lugar nuestro señor Jesucristo y sus santos.
La próxima vez que nos digan que no podemos tener una imagen que nos recuerde a Cristo o a sus santos, debemos responderles, que, si esto fuera cierto, ellos tampoco podrían tener un álbum de fotos, ni cuadros que les recuerden a sus seres queridos, pues todo ello no son más que imágenes.
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